Santiago Alba Rico nos ilustraba en pleno verano que ser amables y comprender son dos verbos que han adquirido un valor casi revolucionario. El filósofo y escritor no esperó a estas fechas navideñas para titular Ser amables uno de sus grandes artículos. Ahí es nada. O lo es todo.

Con el peligro real de que las nieves, como lo hizo el calor, sepulten esa máxima, déjenme que, quizá como defensor de las causas perdidas, comparta también ese deseo.

Ser amable y pensar es, además, gratis, como se relata, asimismo, en el maravilloso librito La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine. No hace falta que se nos encienda la luz, lo que ya supondría un coste, para saber que la sonrisa, el favor, ayudar te hace a ti y a los que te rodean más feliz. Igualmente, el ansia de conocimiento, de comprender el mundo enriquece tanto interior como exteriormente.

Desde Platón o Aristóteles, los grandes pensadores nos vienen repitiendo que darse a los demás es la mejor pócima para lograr la felicidad.

Desde el principio de la humanidad, sin embargo, nos empeñamos en menospreciar a los que son amables, ahora calificados como ingenuos cuando no tontos; o a los que abrazan el pensamiento, reduciendo a la mínima expresión la filosofía en el currículum educativo o relegándolos en una vida diaria volcada en la estética y en el interés económico.

En esta deriva, los grandes gurús de la comunicación no es extraño que recomienden a todo aquel que quiera destacar ante la opinión pública que suba sus decibelios hasta el insulto y la provocación permanente, sin importar el argumento. La estrategia es ladrar al máximo para situar tu mensaje como el más leído y compartido.

Ante esa red, solo el ansia de conocimiento y nuestros mejores valores pueden salvarnos…aunque nos tomen por tontos. 

Felices fiestas.