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Ave de paso

Acojonante

Desconozco a qué saben las Finíssimas de jamón cocido o pechuga de pavo y ni lo sabré nunca, prefiero las verduras y la fruta a la carne procesada, pero una vez superada la desaparición del Calvo de la Lotería y sus deseos de suerte y esperanza para todos los hogares de España, me declaro fan incondicional de los anuncios navideños de Campofrío que, por lo menos, nos ponen a pensar, que falta nos hace. A pelear también porque en este mi país, que enamora y agota a partes iguales, hasta unas lonchas de chorizo son motivo para echarnos los trastos y odiarnos. 

Karra Elejalde, el protagonista de Ocho apellidos vascos... y catalanes, se ha colado este diciembre en nuestras pantallas, dirigido por Icíar Bollaín y contratado por la empresa cárnica que el año pasado echó mano de Quique San Francisco, quien nos recordó que no hay día que no merezca ser vivido por muy complicado, para lanzarnos un órdago a la grande: podemos vivir acojonados o pensar que la vida es acojonante. 

Hace un par de años recibimos un guantazo social en forma de virus que nos ha dejado temblando. Desde entonces muchas cosas en mi vida, en las de todos, han cambiado; no me ha quedado otra y, además, me horroriza pensar que los míos por mi culpa puedan contagiarse. Precauciones tomo, claro que sí, lo primero que hice cuando pude fue vacunarme, pero ¿saben qué? Me niego a vivir acojonada porque soy de las que pienso que la vida es acojonante. 

Acojonante es tener tan cerca a mi familia después de tantos años. Ver salir el sol todos los días a orillas del Mediterráneo. En diciembre, seguir nadando. Hacer fotos. Una ruta en bici. Caminar por Calblanque. Salir a pescar calamares. Un viaje inesperado. Mis amigos. Los libros. Un buen vino. Mis plantas. Acojonante es poder publicar mis artículos todos los martes… 

Como en el anuncio de Campofrío podemos vivir aterrados pensando que en un abrazo hay más gérmenes que en una alcantarilla, que la tecnología nos vigila, que salir de vacaciones es peligroso porque pueden ocuparte la casa… O pensar que el sol mejora la salud, que socializar nos hace bien y que, por muchos obstáculos que encontremos en el camino, merece la pena seguir adelante. 

Al día siguiente de emitir por primera vez Acojonados empezaron las disputas en las redes sociales, ya les dije más arriba que los españoles somos especialistas es pelearnos: que si no aparece ni una mascarilla, que si incitan a rebajar las medidas de protección, que si vaya repaso injusto al Gobierno… Qué agotador buscar siempre las siete patas al gato. Prefiero quedarme con el mensaje que aparece en el anuncio de Victoria Torres, viticultora de La Palma: «Un volcán construye al mismo tiempo que destruye. He sentido miedo, pero también el impulso de continuar porque quiero, porque creo que es importante y porque la vida sigue».

Feliz Navidad, séquense las lágrimas como Karra, salgan a la calle, cuídense mucho y permítanme un consejo: busquen sosiego y esparcimiento en el mar, en el campo, en la huerta, en la montaña, hay vida más allá de los espacios cerrados a los que ya volveremos cuando todo esto pase. Pero, por favor, respetemos a quien decida quedarse en casa.

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