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La cápsula del tiempo

Torre de la Catedral de Murcia

Torre de la Catedral de MurciaL.O.

Una pregunta sencilla entre amigos: ¿Qué guardarías de la Región de Murcia para la posteridad en una cápsula del tiempo? Las respuestas han sido rápidas y bastante sorprendentes, en muchos casos. Todos tenemos algo de nuestro entorno que no nos gustaría perder, necesariamente no ha de ser algo actual, también sirven los recuerdos y las huellas del pasado, aquello que conocemos y quisiéramos poder compartir con las generaciones venideras. Vamos a ir llenando, cada miércoles, nuestra muy elástica cápsula hasta que ya no quepan más cosicas. 

José María Calvo López (arquitecto) / Antonio Grau López (arquitecto)

Aúno en este artículo la elección de dos arquitectos que han destacado la emblemática torre de nuestra Catedral, aunque para Antonio Grau sea en su conjunto, mientras que José Calvo haya señalado su primer cuerpo, el más antiguo, como el más significativo.

Y es que esta imponente construcción, que recientemente ha cumplido sus primeros 500 años de existencia, con sus 90 metros de altura (más los cinco de la veleta que la corona), lo que la coloca en el segundo puesto de las torres catedralicias más altas de España, continúa siendo el elemento más visible en el skyline de la ciudad de Murcia, a pesar de otras recientes y desafortunadas competencias.

La dilatada historia de su edificación se inicia en 1521, cuando el llamado plateresco o renacimiento español está en todo su apogeo, y con algunas interrupciones, debidas a esa ligera inclinación que sufrió durante las obras del segundo cuerpo, se da por concluida en 1793, con trazas de estilo neoclásico según proyecto de Ventura Rodríguez. Así pues, en ella podemos contemplar en sentido ascendente los estilos arquitectónicos que abarcan los casi tres siglos que tardó en culminarse: renacimiento, barroco y neoclasicismo, que armónicamente conviven y le aportan su singular silueta.

La configuran varios cuerpos perfectamente diferenciados, los tres inferiores de un volumen similar; el cuarto, llamado de los Conjuros por ser desde donde se efectuaba dicho rito, aligera su perímetro con cuatro belvederes en sus ángulos a modo de torrecillas, sobre las que se elevan las figuras de los cuatro santos cartageneros, constituyendo una acertada transición al campanario y al último cuerpo, de menores dimensiones y planta octogonal, que sostiene la cubierta en forma de cúpula rematada por una grácil linterna con la veleta en su extremo. 

Pero centrémonos en la elección de José María Calvo, el primer cuerpo, el más cercano al espectador y quizás el más desapercibido, puede que precisamente por su proximidad al suelo y tener como única perspectiva la visualización parcial desde la plaza de la Cruz.

Hacia 1519 llegan a Murcia los hermanos Torni, conocidos como los Florentinos por su origen, trayendo en su equipaje algún códex de dibujos con todo el repertorio decorativo de moda en su Toscana natal, el mismo que sin duda presentan al entonces obispo de la diócesis, el cardenal Mateo Lang, quien encarga las obras para el inicio de lo que será la actual torre, en sustitución del modesto campanario gótico anterior.

Es al mas joven de los Torni, Jacobo Florentín, a quien corresponde el mérito de dicha obra y con ella la introducción en nuestra ciudad del estilo renacentista que va a sustituir al gótico isabelino, hasta entonces imperante. 

La estructura de este primer cuerpo, el arranque del resto de la elevada torre, es un cubo cuadrangular que ocupará el espacio que anteriormente tenía la capilla de San Simón y San Judas, con el enterramiento de Jacobo de las Leyes, y que va a ser sustituido por la nueva sacristía del templo.

Al margen de los no menos importantes elementos funcionales, como las pilastras de orden corintio de las esquinas o las delicadas ventanas en dobles arcos encuadrados y parteluz central de mármol blanco, lo realmente destacable es esa imaginativa y profusa decoración que recorre los frisos y el interior de las pilastras, también presente en los capiteles. Una delicada labor de labra en cantería que muestra ese espléndido repertorio de elementos, a los que aludimos al hablar de los codex de dibujos: grutescos, motivos vegetales, instrumentos musicales, escudos y jarrones, todos ellos entrelazados en guirnaldas sin fin.

Cuando pasen por la plaza de la Cruz hagan un alto, acérquense a la base de la torre y recréense en la contemplación de ese trabajo en piedra de excepcional calidad, descubriendo la infinidad de detalles que esconde. Luego ya pueden alejarse y volver la vista para disfrutar de un conjunto que, por conocido, no es menos sorprendente.

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