Ya es difícil plantar un árbol, aunque sea tan artificial como el de Navidad, cuando la tierra ha sido sustituida por cemento armado. En un círculo vicioso, los mismos que esparcieron hormigón sobre la redonda plaza sacan el hacha para arremeter contra los que han decidido trasladar la sombra navideña del centro centro a los barrios y pedanías, dejándoles a cuadros.

Eso sí, parecía que aún era más complicado que tamaña disyuntiva, ese deshojar vegetal, ocupara portadas y encuestas y lo está consiguiendo. Tanto es así que no sólo los capitalinos sino el conjunto de la Región estamos polarizados en torno al abeto. Y no han faltado quienes han etiquetado equipos entre los amantes de la Navidad y, faltaría más, los socialistas y otra gente de mal vivir.

En esta bendita tierra vivimos una especie de Cuento de Navidad de Dickens al revés. Ya saben, el amargado señor Scrooge hacía la vida imposible a su único empleado, que recibió todo tipo de improperios y amenazas cuando le pidió permiso para asistir a la cena de Nochebuena junto a los suyos. No sabemos si el pobre estaba afiliado a la UGT, pero poco le faltaría. De Scrooge, que odiaba la Navidad, es fácil deducir, si se lee el bello y didáctico libro, que no estaba sindicado ni era del PSOE.

Tiempo después, descubrimos, gracias a aquellos que nos iluminan intentando fundir nuestros plomos, que hay personas que odian la Navidad, el belén, los polvorones, los villancicos, la familia, los niños y los ancianos porque la iluminación navideña no empieza el Black Friday o porque un dichoso árbol se pone acá o allá.

Igual buscan cegarnos, que diría Ferlosio, distraernos con si se planta o no el susodicho cuando en lo que nos deberíamos fijar es en el bosque que nos rodea, empezando por el motivo que llevó al plante de la mitad de los diputados en nuestra Asamblea Regional y terminando por el destino del Amazonas.