VIOLENCIA SIMBÓLICA. Este 25 de noviembre, la Asamblea Feminista se manifestará en Murcia bajo el lema «La violencia machista existe y nos mata». El lema no es casual. Tenemos que volver a repetir una y otra vez que la violencia machista es un hecho incontrovertible ya que desde posiciones de ultra derecha se niega que existan el machismo y los machistas (aunque paradójicamente sí que creen que existen las feminazis, reivindicando solo por molestar, por lo visto). Este tipo de violencia es el que lleva a la consejera de Educación de Murcia, Mabel Lozano, a «trabajar para eliminar el lenguaje inclusivo» (sic). Como consideran que no existe el machismo, el lenguaje inclusivo sería un estorbo. Este tipo de decisiones políticas dan un salto atrás en el tiempo y nos sitúan en escenarios de hace décadas. Es una regresión en toda regla. Es violencia simbólica.

VIOLENCIA INSTITUCIONAL. El caso Juana Rivas, una mujer que huye de su maltratador llevándose a sus hijos (también amenazados por el padre) y es condenada a cinco años de prisión, es un caso flagrante de violencia institucional. En la sentencia condenatoria contra Juana Rivas, que terminó ingresando en prisión y que estos días ha sido objeto de indulto parcial, no se tuvieron en cuenta los antecedentes de violencia doméstica y fue una condena más que ejemplar, ejemplarizante, una advertencia para todas de que si se desobedece la ley, aunque sea en defensa propia, hay ciertos jueces a quienes no les va a temblar la mano a la hora de impartir su particular visión de la justicia, una visión con un marcado sesgo patriarcal. No en vano la judicatura es un órgano eminentemente masculino que se emplea a fondo en seguir siéndolo.

En la sentencia contra Juana Rivas, los hijos no quedaron exentos de daño. Estas son palabras de la Asociación de Mujeres Juezas: «Partiendo del absoluto respeto a todas las decisiones judiciales, la gravedad y trascendencia de las penas impuestas resulta evidente, pues con ellas no se condena solo a la acusada, sino a dos hijos a perder el vínculo con su madre, a pesar de que todos los informes de especialistas, incluido aquél en el que se apoya la sentencia, confirman una relación positiva y vinculante entre los menores y su progenitora». La violencia alcanza a la mujer y a sus hijos e hijas, la violencia institucional también.

VIOLENCIA ECONÓMICA. Sigue existiendo una brecha económica que acentúa la desigualdad entre hombres y mujeres en general. Esta desigualdad en el caso de mujeres inmigrantes es mucho más pronunciada y por tanto más grave y con muchas otras implicaciones.

Si los inmigrantes son los que sufren las peores condiciones laborales en el caso de las inmigrantes a las condiciones de explotación al uso (bajo sueldo, precarias condiciones laborales, carencia de derechos, alojamiento paupérrimo), se une la explotación sexual. He aquí un ejemplo: https://porexperiencia.com/accion-sindical/trece-euros-por-ocho-horas-de-trabajo-en-el-campo-y-acostarse-con-el-furgonetero-o

Si para un inmigrante es difícil denunciar unas condiciones de trabajo en régimen de explotación, para una inmigrante es casi imposible denunciar lo mismo más el abuso sexual, algo que es extremadamente difícil de probar y que no deja huella, a menos que vaya acompañado de violencia. La coacción no suele dejar rastro, es la palabra de la mujer que se encuentra en situación de desamparo e indefensión, que no dispone de colchón social que la arrope, que en muchos casos (muchos más que en el de los hombres) no conoce el idioma, contra la palabra del empleador. 

En el caso que se relata en el enlace nadie trabaja legalmente, ni el empleador ni las trabajadoras. Es una especie de burbuja fuera de las leyes. Quienes conocen el caso miran hacia otro lado, respetan el privilegio tácito del hombre occidental a ejercer su poder sobre mujeres inmigrantes. Las mujeres ocultan el hecho por miedo, por desconocimiento del medio en que se encuentran, pero sobre todo por vergüenza, esa vergüenza que existe en todo abuso sexual y que es la que convierte a la víctima en culpable. El aislamiento se hace aún mayor, cerrando un círculo de poder opresor, de culpabilidad y de silencio en torno a la víctima. En esas condiciones, rebelarse y denunciar es casi heroico.

VIOLENCIA SEXUAL. En estos días se ha celebrado el juicio contra tres jóvenes por la violación grupal de una menor en Barcelona. De nuevo volvemos a escuchar los mensajes de siempre: se trata de salvajes, casos aislados, locos… Pero como bien sabemos no son monstruos solitarios que actúan por impulso. Son sujetos funcionales bien acogidos por su comunidad. Son, como reza el lema feminista, hijos sanos del patriarcado. Esta violación ha sido particularmente violenta. Además, según relata la víctima, los agresores se quejaban de que ella no colaborara: «las otras no se resistían tanto». No era la primera vez. No hay arrepentimiento, hay un patrón de conducta aceptado por el grupo, hay consenso. Un consenso tal que ha habido jueces que han visto jolgorio por parte de la víctima en este tipo de agresiones. Hay que trabajar para romper ese consenso que grupos como Vox han venido a restaurar con su negación del machismo y sus violencias. 

La violación grupal es la expresión máxima de la fratría machista, es donde los hombres celebran en grupo su poder sobre las mujeres, su desprecio hacia el ser inferior y su superioridad como género. En la pirámide de la violencia, violación grupal y feminicidio ocupan la cima de una desigualdad estructural.  

La desigualdad existe y genera violencia, algo que nosotras, feministas, no podemos cansarnos de señalar y denunciar.