Un libro. La caja de relojes. Una botella de vino. La guitarra. Mi almohada. Una navaja. El exprimidor. Los pinceles. Cigarrillos. Mi cuaderno de viajes. Los gatos. Mi diario. Las gafas. Algo de abrigo. Joyas. Una linterna. Las tortugas. Mi cactus. El rosario. Las cenizas de la perra. El pasaporte. Un mechero. La copa verde. Las acuarelas. Las escrituras. Algún cuadro. Medicamentos. Una libreta. Las tarjetas de crédito. Unos zapatos cómodos. El kit de emergencias. La cafetera. El ordenador. Documentos. El bolso. El disco duro. Dinero. El cepillo de dientes. Las pastillas para dormir. Lo que tuviera más cerca de la puerta. Fotos, fotos y más fotos. Todos los recuerdos felices, nada más importa. Las lágrimas por mi biblioteca… 

Pregunté a mis amigos qué salvarían si su casa estuviera a punto de ser engullida por una inmensa colada de magma tras escuchar en la radio la conmovedora historia de un anciano de La Palma que solo agarró un viejo álbum de fotos al que se abrazaba desconsolado cuando los servicios de emergencia llegaron a evacuarlo. «Mi vida se ha acabado», no paraba de repetir entre sollozos. Tan solo unos minutos para desmontar toda una vida y empezar de cero sin saber ni cómo ni dónde. ¿Qué me llevo? Lo indispensable, ¿pero qué es lo indispensable? No sé ustedes, pero yo no sabría qué coger y eso que llevo toda esta semana pensándolo. Qué decisión tan terrible y qué tristeza tan profunda saber que miles de personas en la isla lo han perdido todo. Ojalá pudiera abrazarlos y reconfortarlos. Su dolor es mío, también la profunda angustia de no saber cuándo acabará está insufrible e imparable pesadilla que nos tiene a todos con el corazón encogido y que marcará para siempre la historia de la isla y los palmeros.

Domingo, 19 de septiembre. 15:12, hora canaria. Tras una semana con más de 6.600 pequeños seísmos y cincuenta años después el volcán Cumbre Vieja de la isla de La Palma entra en erupción. Cuando escribo estas líneas cerca de 6.000 personas han sido evacuadas, la lava ha cubierto un total de 212,2 hectáreas, ha destruido 570 edificaciones y amenazado otras 1.600, además de más de veinte kilómetros de carretera, según datos del satélite del programa Copernicus de la Unión Europea que tristemente habrán aumentado cuando lean estas líneas. 

«Para muchos será un gran show, pero para nosotros es duro y desolador. Estamos en shock. No es fácil de asimilar», confesaba un vecino al tiempo que la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, animaba a los turistas a disfrutar con prudencia de «este espectáculo tan maravilloso de la naturaleza». Me pregunto cómo se puede frivolizar con un tema como este. Menos mal que todavía quedan buenos periodistas como Carles Francino que piden mesura a los medios: «Es clave encontrar el punto justo entre ser altavoz y no espectáculo. Cuando preguntamos a alguien por su vida y sus penurias, joder, que no haya detrás un interés morboso o insano, es para compartir, es para acompañar y para reconfortar». 

Bravo también por la RTV Canaria que hace unos días compartía el siguiente mensaje a su audiencia: «Siempre vamos a respetar la integridad y los sentimientos de las personas afectadas. Por ello no hemos grabado imágenes de las personas evacuadas que se encuentran en el campo de fútbol de El Paso y dejamos de emitir y compartir aquellas en las que se vean casas derrumbándose». Lo de La Palma «es una catástrofe que deteriora la convivencia porque interrumpe la vida normal y ello crea secuelas sicológicas y emocionales». Lo decía esta semana el presidente de Cruz Roja en Canarias, Antonio Rico. Y un doloroso drama humano que conlleva dolor y pérdidas por mucho que algunos disfruten con el morbo de ver media isla ardiendo. 

Un día, ojalá no muy lejano, este enorme volcán en medio del océano y ubicado en una de las regiones más activas del planeta dejará de rugir y los lentos y voraces ríos de fuego que destruyen todo a su paso como si tan solo fuera papel desaparecerán de los noticieros. «No nos olviden, somos trabajadores humildes», nos piden los vecinos. Por favor, no los olvidemos.