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Erre que erre

Jutxa Ródenas

'No future'

'No future'

No invadía ni molestaba. Casi siempre quedaba a disposición del que tenía cerca aunque pasase por su vida de manera fortuita. Siempre un gesto preciso, una palabra educadamente adecuada, en ocasiones perfecta, y la suficiente benevolencia para que a su alrededor todos precisaran de algún favor por hacer. Su vida transcurría sembrando consideración y auspiciando sin mirar a quién a cambio de nada. La cortesía era su estirpe y la cordialidad el bordado de su bandera. Cualidades tan caras para algunos presuponían y aminoraban la carencia afectiva y educacional recibida tiempo ha.

Nadie se explicaba cómo un ser crecido en la ingratitud y criado en la apatía era capaz de conjugar el verbo amar en todas sus variantes, siempre desde la segunda persona del singular hasta la tercera del plural. Sin impostura, omitiendo el ‘yo’, pues jamás valoró ser o estar antes que nadie. Y así fue como a quien sentenciaba todo ápice de indiferencia y mostraba sobrada solidaridad por las causas justas, le llamaron El Amable.

Jamás este ser consiguió entender que su mundo no era el que él había querido construir con base de respeto y tolerancia. Aún sabiendo que no eran valores blandos ni flexibles, se negaba a aceptar un entorno sin decoro, recargado de artificios. En un mundo en el que se tenía por audaz y perspicaz a aquel capaz de emitir el más grande de los zascas.

Un día cualquiera Amable salió de casa. Ninguno de sus vecinos le deseó un buen día, el portero de su finca apenas esbozó un malhumorado «ya me han pisado lo limpio». Los coches proyectaban impacientes los faros para que el bus donde iba a trabajar desalojara el carril. El mismo bus repleto de jóvenes estudiantes sin dignidad suficiente para ceder su asiento a empleadas domésticas más longevas y cansadas. Nadie apartaba la mirada de su celular.

Amable llegó al bar de siempre, años desayunando en la misma esquina, aunque nadie conocía a nadie, jamás un ‘por favor’ para pedir el café. Allí todo eran prisas y gruñidos por ser atendido el primero. Sin perder la sonrisa, aunque algo despavorido, marchaba a su trabajo mientras observaba que ya no ayudaban a la anciana que volvía con las bolsas del mercado. Viandantes trenzados con patinetes y bicicletas que apartaban al que se cruzaba al grito de «¡quita de ahí, coño!».

Y Amable, un día cualquiera, se derrumbó. Era insoportable tanto despropósito. Se vino abajo como lana negra, se rompió como hanina mojada por un torrente de lluvia viéndose fracasado y hundido por tanta desidia. Le tocó entender de repente que la vida era eso, tal vez el día había amanecido demasiado gris, porque alguien como él no tenía derecho a pensar que la sociedad en la que vivía era de repente un paraje demasiado sombrío. Sin valores. Donde muy pocos se salvarían del naufragio, como una vez cantaron Sex Pistols: There’s no future, no future for you.

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