Cuando me disponía a escribir mi columna semanal observé que sobre la mesa había una baqueta. Justo la que el pasado sábado me regaló la banda Los Bengala; agradecidos, estoy convencida, por el trato recibido. Y es que a mí, aunque suene vanidosa, los hermanos del rock siempre me han colmado de bendiciones. He contemplado su forma cilíndrica, sin deformaciones, huecos ni curvas. Esa es la anatomía que debe tener este instrumento para que su rotación sea la óptima en el momento de golpear un plato de batería, para que las manos de quien la agarra pueda manejarla. Mi baqueta es de color negro; astillada, casi rota, pero guarda un sentido inmisericorde de la mesura, de la diplomacia y del recato. Como su esencia, querido maestro. Andaba escondida tras un precioso jarrón rosáceo que compré hace años en Jajouka, Tánger. Muy cerca de la que un día fue la casa de Keith Richards... Qué paradoja. Watts tras Richards, Watts tras Jagger, tras Jones, tras Stewart, tras Wyman. Pero sepa usted que por ese sentido inquebrantable del buen gusto y distinción hiciste que, por primera vez, el inestimable mirase perplejo al baterista de una banda de rock. Sepa también que nunca nos engañó, a pesar de su capacidad casi pasmosa de ser invisible cuando le convenía. Todos supimos que el auténtico líder de los Stones no vestía cuero ni tachuelas, ni brillos o lentejuelas. El auténtico ancla de esta sagrada formación se guarnecia de tweed austero y corte recto.

Te has marchado casi sin hacer ruido, un simple comunicado de la banda nos hizo pensar que no andabas en tu mejor momento, nos negamos a asumir la idea de que el fin de una era está por llegar. Te has ido como tocabas, convirtiendo el ritmo en melodía solemne escrita sobre una partitura de jazz...

Pero no confundirse... Para muchos, The Rolling Stones son la actitud de rock más pura, son refugio, guerra y disparo. Son llama y dinamita, alma, fe, cadera y sudor. Libertad y resistencia. Son grito e historia, sueño y salvación. Seres atemporales de candor insobornable capaces de hacerte vibrar desde el orígen, y ese baile no empieza hasta que Charlie Watts no lo impone. Ha muerto la elegancia y sólo pido un deseo para usted: que las raíces acaricien tus manos y se fundan con tus baquetas.