Opinión | levedades

MATÍAS VALLÉS

HATALEGO

Os habéis confinado al aire libre porque en verano casi nunca pasa nada. Y sin embargo, las sacudidas sísmicas estivales han dejado irreconocibles a España y al mundo, en sus modalidades geopolítica y geográfica. Del virus ni hablamos, porque año y medio después ya es de la familia. Ahora bien, la trepidación de la actualidad nos ha olvidado de la naturaleza veraniega de la mayor crisis de Gobierno de España. Se ignora qué alpargatas lucía Sánchez ese día del julio avanzado, pero se calzó a los intocables Carmen Calvo, Ábalos y Redondo.

En la política interior del planeta, Afganistán puede costarle a Estados Unidos la supremacía, existe sentencia al respecto del Daily Telegraph conservador, al igual que ocurriera en el mismo país desapacible con la Unión Soviética acosada por los muyahidines a sueldo de la CIA. En lo tocante a la política exterior planetaria, un Panel Internacional ha culpado a todos los seres humanos del cambio climático. Se aclara así por fin el mayor crimen de la historia de la humanidad, con ocho mil millones de culpables del planeticidio. Un informe más, y los científicos señalarán al Supremo Alfarero como el autor intelectual de otra conmoción en un agosto del que no se tienen noticias.

Cuando a Chu En-lai le preguntaron por la influencia de la Revolución Francesa, respondió que «es demasiado pronto para decirlo». Falta por tanto tiempo para abordar el verano de 2021 en condiciones.

Sin embargo, es posible que lo más importante en la distancia sea la privatización galopante de los vuelos espaciales, a cargo de personajes tan inquietos o inquietantes como Richard Branson o Jeff Bezos. Los millonarios mastodónticos han concluido que ni Nueva Zelanda les protegerá del apocalipsis pandémico o climático, así que olisquean los solares de Marte.

Los maestros de quienes aprendí el noble oficio de la columna, de vez en cuando, sin más motivo que dar razón de una vida, escribían una columna que era un retrato, que era un prototipo, que alcanzaba a una realidad común. Y así, en plena ola de calor, sin más intención que acordarme de los viejos maestros, me he puesto a prosar unas letras sobre Antonio.

No sabría cómo definir lo que le pasa a Antonio, porque el lenguaje políticamente correcto es muy voluble y va cambiando de un día para otro y uno teme siempre meter la pata, pero la cuestión es que Antonio es un niño más que cuarentón. En su cuerpo de hombre vive un chiquillo de no más de seis o siete años, o incluso menos, o acaso conviven tres críos de edades consecutivas, uno que se aproxima a la pubertad, otro que está más cerca de la infancia y uno intermedio entre los dos.

La cosa es que Antonio anda todo el día de un lado para otro, diciendo «hatalego, socio», que es su forma de saludar a todo el mundo. Y, claro, la gente le contesta, y entonces él ya encuentra vía libre y te pregunta: «¿me has buscado eso?». Y si el interpelado ya lo conoce, le responde: «no, Antonio, todavía no», y él ya continúa «ya sabes, socio, la clasificación de tercera regional, todos los equipos», y el otro, «sí, Antonio», y él de nuevo al ataque: «¿tú tienes internet en tu casa?», y el otro «sí, Antonio», y él «pues entonces búscame también todo lo de la champion,» y el otro sin pararse, pero sin ser brusco: «sí, Antonio, yo te lo busco». Y así el día entero dando bandazos y recordándole a todo el que se encuentra que le busque ‘eso’.

A diario aparece, también, en casa de mi vecina. Llama al timbre y pregunta: «¿Pepi, hay algo?». Se refiere a la basura. Si hay, la coge y se la lleva, previa propina de un euro. Si no hay, dice «bueno, perdona, hatalego», y se larga, pero no es raro que vuelva al rato. Siempre me imagino que le urge el euro para cualquier cosa, pero nunca he averiguado para qué, si para alguna chuchería, algún caprichillo, o lo guarda en una alcancía. Todo en Antonio es un misterio. Nunca he sabido si alguien alguna vez le ha buscado ‘eso’, y si alguna vez lo consiguió, qué demonios hizo con ‘eso’, para qué lo quería, para qué lo quiere.

Ahora a mi vecina le pregunta todos los días: «¿tu hijo me ha buscado lo que te dije?». Y mi vecina, con la paciencia de quien sabe que habla con un niño, o con tres niños en un mismo cuerpo, le dice: «sí, este mediodía se lo digo», y él responde «no te olvides, ya sabes, necesito un móvil y el cargador, no se te olvide el cargador». Y se va con la basura y la propina, calle arriba, feliz o felices, quién sabe, los tres críos que viven en el cuerpo de Antonio, y que al cruzarse conmigo me preguntan, con una sola voz de hombre: «¿socio, me has buscado eso?», y yo: «ahora voy a buscártelo, Antonio» y él, alejándose, calle arriba, «gracias socio, hatalego».