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Dulce jueves

Enrique Arroyas

Test de antígenos

Nunca como ahora los dirigentes han tenido un conocimiento más fiable con el que tomar sus decisiones. Nunca el público ha dispuesto de un acceso tan fácil a una información abundante y variada. Siglos de pensamiento han consolidado un entendimiento claro de lo que significa ser humano y de los vínculos sociales que implica. Siglos de experiencia nos han enseñado que solo en una sociedad abierta, diversa, plural y tolerante pueden florecer los derechos y la felicidad más básica. Podríamos ser más sabios que nunca y tener una capacidad de discernimiento mayor que en ningún otro momento de la historia.

Entonces ¿por qué tenemos la impresión de que quien controla la información está principalmente preocupado en falsificarla? y ¿por qué nos parece que quienes la reciben se empeñan en no prestarle atención? ¿Por qué unos parecen tan ocupados en traicionar su deber como en despreciar sus derechos están los otros? ¿Por qué todos, cada uno por su lado, nos hemos dejado arrastrar en este bucle de desencuentros que nos aleja del bien común? ¿Por qué cada reivindicación se hace a la contra, con una hostilidad tal que expulsa de ella a cualquiera que no asuma hasta el fondo las convicciones de quienes la llevan a cabo?

Nosotros mismos nos hemos convertido en los principales obstáculos a la democracia que tanto decimos defender. Con nuestro comportamiento somos más peligrosos que sus peores enemigos. Una democracia no puede sobrevivir sin una mínima dosis de verdad o, mejor dicho, sin un consenso básico de que es imprescindible buscarla. Sin embargo, ahora el problema no es que la verdad no se vea, pues forma parte de su condición que sea difícil de ver, sino que lo único que se ve es el esfuerzo por no verla. Como si hubiéramos perdido el gusto de la democracia. Nos amparamos en las buenas intenciones para ocultar nuestro odio hacia quienes piensan diferente.

Nadie se libra. No sé si forma parte de la psicología humana o si hay algo en ciertas épocas que esparce el veneno de la enemistad. Lo que sí sé es que es un veneno que es tan inocuo para las dictaduras como letal para las democracias. Las democracias se condenan a muerte, decía Revel, «si los ciudadanos se pronuncian casi todos en la ignorancia de las realidades, la obcecación de una pasión o la ilusión de una impresión pasajera».

¿Qué test de antígenos puede ayudarnos a detectar el veneno de la intolerancia? Aquí algunos síntomas: considerar al diferente como enemigo indigno de ser conocido o comprendido, acomodar la información a nuestro interés o esquema interpretativo, amoldar la realidad a los prejuicios, eludir las evidencias cuando contradicen nuestras creencias o simpatías, confundir con el bien nuestras preferencias, filtrar la realidad con la ideología.

@enriquearroyas

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