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Pintando al fresco

Enrique Nieto

En la playa

En la playa

Que no lo digo por darles envidia, de verdad, pero estoy escribiendo sentado ante una ventana por la que entra un airecillo fresco que viene del mar. No tengo todavía la cerveza junto al ordenador porque es algo temprano, pero en cuanto las campanas den la una, me levantaré e iré al frigorífico. Ando vestido con un bañador y una camiseta y probablemente hoy me bañe. Sí, estoy en la playa, a no más de diez metros de la orilla del Mar Menor, como cada año desde hace muchos, muchísimos, y ya ha pasado el panadero, el de los melones, hemos ido al mercado, todavía muy flojo, y he dormido media hora más la pasada noche ante la ausencia total de ruidos.

La playa está regular, pero hay algo nuevo que muchos aprecian, apreciamos. Se trata de los nuevos balnearios que han construido este invierno. Hay que reconocer que están bien hechos, que no rompen demasiado el paisaje, y es que, al fin y al cabo, algunos recordamos todavía los que había hace un montón de años, por supuesto, mucho más pobres que estos, que son la mar de lujosos, con buenas maderas y perfectos de construcción. El caso es que evitan las entradas al mar, incómodas y hasta peligrosas en algunas zonas, con sus lodos y sus algas putrefactas.

En cualquier caso, los que hemos venido en verano a estos pueblos de la orilla sur del Mar Menor desde que Franco era cabo, conocemos los sitios por los que entrar a bañarnos sin problemas, los vericuetos de pasillos de arena que nos permiten llegar a ese lugar que todos sabemos, donde dejamos de andar y nos tiramos al agua. En el Mediterráneo, a menudo entras en el mar corriendo, das unos pasos y te lanzas de cabeza a las olas. En el Mar Menor, te vas metiendo (así se dice ‘meterse’) poco a poco y muy lentamente, hablando con tus acompañantes, parándote a saludar a los conocidos, preguntando a algunos ‘¿qué vas a hacer de comer hoy?’, y luego, ya, veinte metros adentro, cuando el agua te llega aproximadamente a la pelvis, ‘te tiras’ suavemente, haces como que nadas un poco, y te quedas quieto diciendo, eso de ‘qué buena está el agua, hoy’ porque un comentario así es obligatorio por estas playas de la laguna salada más grande de Europa.

Hay veraneantes habituales que, como mucho, volvían para pasar aquí unos días por Semana Santa, que este año se han quedado a vivir todo el tiempo, huyendo de la covid y de su pequeño piso en la ciudad. Lo de ‘pequeño piso en la ciudad’ no lo digo por ofender, sino porque es cierto que a estas playas viene muy poca gente que tenga un chalé con piscina como primera residencia. Si se miran nuestras viviendas cercanas al Mar Menor, se verá que las hay lujosas en muy pequeñas cantidades, cómodas y agradables casi todas, pero, en general, sencillas, y que más del 80% de ellas son planta baja o con un único piso, y, claro, a la hora de encerrarse en el de la ciudad, los que podían permitírselo se han quedado en su residencia veraniega porque han podido salir tranquilamente a la calle, pasear junto al mar, y viendo a muy poca gente. Casi todos ellos son jubilados, pero también trabajadores en ejercicio, y es que, realmente, desde estos sitios, a Cartagena se llega en un momento y a Murcia en no más de cuarenta minutos. Aunque hay también parejas jóvenes que viven en el pueblo porque la casa es de sus padres y así no pagan alquiler.

Como pueden ustedes observar, no es que esto sea Puerto Banús, pero sigue teniendo un enorme encanto. Los pueblos a la orilla del Mar Menor no son iguales, los hay con más poderío y los hay con menos, los hay del tipo: ‘hay gente que se arregla por la tarde’, mientras que en otros solo llegan a cambiarse de bañador y de camiseta y ‘salirse al fresco’. Pero todo es tan nuestro, tan de la Región de Murcia, que a ver si se lo podemos dejar a nuestros hijos al menos como nos lo dejaron nuestros ancestros a nosotros. O mejor, que lo dudo.

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