No sé si debería empezar a preocuparme, pero últimamente me ha ocurrido varias veces. Estar sentado en una terraza acogedora de algún pueblo, con gente hablando y riendo alrededor, buena comida y vino en la mesa y, sintiéndome reconfortado, decirle a mi mujer: «Éste sería un buen lugar para morir»... Sí, morir como quien se duerme viendo una película o como quien sucumbe a la anestesia, arropado por el cálido arrullo de voces humanas, consciente de que la vida y el universo seguirán rodando una vez que tú hayas desaparecido..