Opinión | La Feliz Gobernación

Un trono sin juego

Montiel

Montiel

Era ‘el cerebro del Gobierno’. Hasta que tras el ajuste que siguió a la fallida moción de censura fue desplazado desde la planta noble al entresuelo para solo dirigir el departamento de finanzas. De estratega a administrador. De lucir sobre la cabeza la bombilla encendida de las ideas a ponerse los manguitos para llevar el libro de cuentas. De distribuir premios y castigos a desprenderse de las llaves de las mazmorras. De tener entre manos el impulso político, la comunicación y los presupuestos, de la noche a la mañana se quedó tan solo con los listados del debe y el haber, más debe que haber. López Miras, de propina consoladora por extirparle Presidencia y para rellenar el cargo le añadió junto al título de Hacienda el de Economía, que es una cosa sin alma que ya engloba Empresa e Industria, y el peso político quedaba reducido a protagonizar el papel de Señor No dentro de la casa, como hacen los estrictos contables, y sin escenarios de relevancia fuera de ella. Y eso que no podía tener mejor padrino: el expresidente PAS, que es como el Zeus vigilante desde su Olimpo, y del que seguro era corresponsal directo. Pero de PAS son todos y de nadie en exclusiva.

Después del susto de la moción de censura, Teodoro García mandó y poner a jugar a la plantilla de primera división: en el partido, a José Miguel Luengo, y en el Gobierno a Marcos Ortuño. Nadie en el banquillo. Ortuño desplazó a Javier Celdrán de la cocina de Presidencia, donde se cuecen las habas y se distribuyen los michirones. El espacio de Celdrán se achicó, y desde entonces se desplazaba por los pasillos con la cabeza gacha y el ánimo taciturno, según testimonia alguno de sus compañeros como estampa gráfica, no metafórica. No obstante, el ya dimitido consejero maniobraba para intentar ofrecer al presidente, fuera de su programa competencial, alguna perla con la que reivindicar su valía, como promover consenso para la reforma de la ley electoral.

La depresión política le había hecho entrar en melancolía y ni siquiera el aliento que, por imnterés propio, le seguía prestando Mar Moreno, la jefa de la Oficina Siniestra, alcanzaba ya para recuperar la alegría. Se esperó a la aprobación de los Presupuestos para decir adiós, y ni siquiera ha tenido ánimo para seguir tutelando el concurso de la televisión autonómica, destinado a la continuidad de sus actuales gestores mediante un desarrollo chapucero que queda en el debe de este consejero de ambiciones políticas frustradas.

El pretexto oficial de salida, como siempre, son los recurrentes ‘motivos personales’, pero aun si hubiera existido un ultimatum de su entorno familiar para que recuperara un horario normalizado, la clave de esta renuncia es política. Había salido de las quinielas que le otorgaban incluso alguna posibilidad futura como sustituto. Después de la reforma de la Ley del Presidente ya no habrá sustituto.

El Gobierno posterior a la moción de censura está obligado a distribuir protagonismo político, y se precisan consejeros que dejen más libre al presidente, sin necesidad de que éste permanezca atento a las cuestiones menores. Eso, al menos, es lo que López Miras se propuso, por consejo o encargo de Teo. Y justo en ese periodo, a Celdrán lo relevaron del cuadro de mandos, dejándolo a cargo de la gerencia, sin herramientas para aportar brillo político.

Es una cuestión de política de personal, como bien saben todos los responsables de recursos humanos: los ascensos siempre resultan estimulantes, y si son acertados, productivos, pero la reducción de competencias, habiéndolas tenido muy altas, conducen al desaliento del empleado. En toda empresa el imaginario del currante consiste en progresar, pero si vas p’atrás lo más inteligente es llenar la caja de cartón y tomar la puerta.

Esto es lo que ha hecho, con elegancia y emoción, Javier Celdrán. Es decir, para disponer de un trono que no te da juego, mejor abandonar el trono.