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Achopijo

Perchas

Una buena percha es como cuando empalmas un balón a media altura y se cuela por la escuadra, como un trago de agua fresca después de un melocotón de Cieza, como hacer el muerto un día de levante flojo en los arenales del Mar Menor, como el primer trago del bolito un viernes con amigos, como la luz del sol al atardecer sobre las palmeras que asoman en la huerta… Una buena percha, amplia, dura, con su garfio bien fuerte y su bolita final para encajar en la barra del armario, una percha que deja caer la camisa o chaqueta, polo o camiseta, incluso, justo por los trazos cosidos de manga y cuello. Dicho esto, una de las mayores derrotas de la vida humana moderna es, sin ningún tipo de duda, el ingenio desperdiciado en inventar las perchas clavo de hotel.

Ya es hora de denunciar semejante y vergonzoso ataque a la humanidad. Teníamos creada una maravilla mundial, las perchas robustas y sencillas, universales. Lo teníamos. Pero la condición humana se tuerce por la inmensidad del bien y el mal y nos crea necesidades basadas en nuestra propia autodestrucción. Senda de autodestrucción. Inventar una percha que no se pueda robar en un hotel es una clara muestra de algo que nos hace peores. Perchas clavo. Perchas que se mueven en todas las direcciones. Perchas que te generan un cabreo de esos pequeños que nos inflan el estrés diario sin motivo aparente al no poder extraer la pecha de su alcayata mínima para colocar la camisa, que se arruga, que se te cae, que precisa de tus dos brazos, manos y toda tu atención y aun así suele ser insuficiente para acertar, muy lejos de lo que sería abrir un armario y encontrar una percha-percha. Una percha que ya teníamos asimilada y que cumplía su función como un mediocentro italiano que no pasa para atrás nunca. Un cabreo absolutamente innecesario en tu día de hotel que suele ser un día de relax, reposo, tranquilidad, y que te empieza a joder la percha clavo antirrobo.

Los que robaron perchas en la última década propiciaron este sindiós. A alguien se le ocurrió la percha clavo para evitar que los humanos robadores de todo lo que está su habitación de hotel no se llevaran las perchas-perchas. Perchas-perchas que siguen regalando al comprar la prenda. Perchas-perchas que se multiplican en armarios y cajones de casa, perchas-perchas que solemos tirar a menudo. De aquellas perchas estos cabreos de clavo y alcayata en armarios extraños de hoteles, ya sin solución posible.

Llámenme nostálgico, pero el día que al abrir un armario de hotel encuentre diez perchas-perchas agarradas a la barra del armario esperando camisas y chaquetas atisbo llanto de emoción. Igual deberíamos empezar a robar las perchas clavo, a ver si vuelven las perchas-perchas, como un movimiento precioso de nostalgia de la bondad humana recuperable.

Perchas-perchas. Vale.

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