Cierto es que esperaba el archivo de las diligencias por parte de la Fiscalía de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia ante la denuncia interpuesta en su día por el partido político Podemos. Todos mis amigos me decían que no debía de preocuparme, que no había ningún argumento donde poder rascar para hacerme el más mínimo daño. Pero también es verdad que la contundencia del decreto que firmó hace unos días el Fiscal Superior ha puesto en evidencia todas y cada una de las mentiras con las que una serie de personajes tristes y oscuros han querido justificar sus calumnias y falacias para componer un relato que ayudara a dar un salto al vacío para quedarse con el gobierno del séptimo municipio de este país. Lo malo es que con esas mentiras engañaron a unos iluminados en Madrid, y ahí están, a punto de desaparecer del panorama político de esta España que algunos llevamos muy dentro de nuestro corazón.

No les importó hacer daño por hacer daño, nada más que por eso, con aquella máxima de que «en política todo vale»; pues no, no vale todo. Lo dije hace cinco meses y lo vuelvo a repetir ahora: no vale todo. Ahora me acuerdo de los míos, de mi familia de aquí y de allí, de mis amigos que han dado la cara por mí en cada momento y cuando la ocasión lo requería, de mis compañeros de grupo municipal que han estado siempre pendientes de mí y de los míos, de ‘mi’ alcalde, y amigo por encima de todo, José Ballesta, de mi gente de los Servicios de Salud y Deportes, donde creo que más que un concejal siempre fui un compañero más para todas y cada una de las acciones que se requerían. Incluso la de ponerme una bata y vacunar en el momento más complicado de esta vacunación, vacunando al principio sin estar vacunado y demostrando que estaba dispuesto a correr los riesgos que hubiese que correr por ayudar a un servicio de vacunación que quería vacunar más y antes que nadie. Un error que mañana, si fuese necesario, volvería a cometer por la salud y la seguridad de mis conciudadanos.

He sufrido un acoso feroz por parte de lo que antes era la oposición, de los que ahora son gobierno o muy amigos del mismo, y por el personaje más siniestro que pueda existir en el panorama político de cualquier municipio. Se hincharon a faltarme al respeto y a la verdad, pusieron en tela de juicio mi formación y mi capacidad para vacunar. Incluso alguno se saltó las normas más básicas de cualquier código deontológico, por su formación y preparación. Les dio lo mismo, lo importante era hacerme daño a mí, como persona y concejal, y a todos los que me quieren y respetan. No cuento con sus disculpas, esta clase de personas no se disculpan; bastante tienen con lo que tienen, el resto no les importa.

A esos que me denunciaron en su día, a ese grupo Podemos que también va camino de la desaparición, les diré que no existen indicios de la comisión de delitos alguno por mi parte, que estaba autorizado para vacunar, que no existió delito de prevaricación ni conducta prevaricadora por mi parte. No fui contra ninguna norma reguladora del proceso de vacunación, ni delito de cohecho pasivo impropio; no hice tráfico de influencias, ni cometí delito de malversación de caudales públicos. Por supuesto, no hubo falsedad documental en todos y cada uno de mis títulos y certificados y, por último, tampoco hubo elementos de delito por intrusismo profesional. Soy médico, aunque no les guste a estos personajes, y con mi título puedo poner vacunas e inyecciones sin mayores dificultades. De todas estas cosas me denunciaron. Qué poca vergüenza.

Su campaña para justificar su asalto a La Glorieta se ha difuminado. Como dijo Gandhi, más vale ser vencido diciendo la verdad que triunfar por la mentira. Esa es la realidad. Este asalto sufrido en mis carnes y que les sirvió para quedarse con el poder en nuestra capital queda injustificado, desmedido y es una prueba más de su ambición descomunal.

Ahora dirán que donde dije digo, ahora digo Diego, pero deben tener en cuenta que ni Diego ni nadie les va a librar de que todos vean la verdad de las cosas. Una verdad más que terminará poniéndolos en el sitio que se merecen.