El Papa Francisco acelera el paso de la reforma integral de la Iglesia católica para que tome definitivamente el camino de la sinodalidad. El Sínodo de obispos previsto para 2022 se aplaza a 2023 para dar tiempo a que toda la Iglesia realice el camino sinodal. En realidad, es como si Francisco hubiera convocado un Concilio de toda la Iglesia, no solo de obispos y expertos, sino de todo el pueblo creyente. En lugar de celebrar un sínodo de obispos cuando estaba previsto, propone dos fases previas que generarán dos Instrumentum laboris, como se llama a las conclusiones de las consultas. El primero se obtendrá de una consulta, a realizar entre octubre y abril próximos en las diócesis de todo el mundo. Se trata, por tanto, de una consulta a todo creyente bajo el emblema del Sínodo: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». En la segunda fase, las Conferencias Episcopales remitirán el documento obtenido para una reunión continental en la que el Papa pide que se convoque también a la sociedad civil. Por último, con las dos conclusiones o Instrumentum, se convoca en 2023 el Sínodo definitivo de obispos del que tendrá que salir una nueva Iglesia católica.

Para entonces, el Papa tendrá 87 años, una edad que permite albergar dudas sobre su salud, pero el proceso iniciado es imparable (aunque eventualmente un nuevo Papa pueda frenarlo), ya que la consulta al pueblo de Dios no podrá ser obviada y los procesos sinodales incipientes deberán extenderse en el futuro. Se acabaron los cónclaves herméticos de una gerontocracia abstrusa. La Iglesia tiene nombre de sínodo, decía San Juan Crisóstomo. Es decir, nombre de caminar juntos, que es lo que significa sínodo en griego. La Iglesia, por fin, entra en el tercer milenio mirando a lo que fueron sus orígenes, cuando grupos marginales del mundo mediterráneo se reunían «por las casas» para compartir bienes, penas y alegrías y hacer juntos un camino diferente al de un mundo de injusticia que les rodeaba. Se trataba de una propuesta de vida compartida que rompía la pirámide de patronazgo del mundo antiguo y donde las clases sociales, el origen étnico o las diferencias de género no tenían valor alguno, puesto que todos eran uno en Cristo.

Una Iglesia sinodal no podrá volver a ser una Iglesia de príncipes, donde una casta de castos gobierna sin rendir cuentas a nadie, donde las mujeres son sistemáticamente tratadas como menores de edad y apartadas de todo órgano de decisión. Esa Iglesia murió en el Concilio Vaticano II, pero ha seguido existiendo zombificada en una estructura petrificada, tumba más que casa. Con Marcel Legaut, creemos en la Iglesia del futuro, una Iglesia renovada desde la auténtica Tradición que enraíza en el evangelio de Jesús de Nazaret y en la Iglesia apostólica con María Magdalena como testigo privilegiada que dio comienzo a la predicación de la Resurrección. La resurrección de la Iglesia ha comenzado.