Opinión | Café con Moka
Mónica López Abellán
Pequeñas cosas
Tempus fugit que ya auguraban los romanos haciendo alusión a los versos del poeta latino Virgilio: «Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus» (Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo). Y es que si, como decimos más coloquialmente, el tiempo siempre vuela, cuando uno parece haber cumplido cierta edad, pisa directamente el acelerador. Echando la vista atrás me pregunto donde están mis últimos diez años, por decir algo. Parecen poco más que un exhalación. De ahí que, cuando me preguntan por alguna fecha, últimamente soy incapaz de acertar y calcular un año. Y esto se agrava aún más cuando tienes niños porque entonces el tiempo literalmente se escabulle. Sin apenas darte cuenta pasas de tener un bebé entre tus brazos a luchar para que un preadolescente no se te escape de las manos. Y este tiempo jamás se muestra piadoso, sino que pasa inexorable. Lo que se fue nunca vuelve y lo que se perdió tampoco se hallará.
Esta fugacidad, por instantes, nos alecciona para deleitarnos con cada momento, pues por simple o sencillo que parezca un gesto, se convertirá en un preciado recuerdo. Así, inmersa en una vida de locura, intentando conciliar vida familiar, laboral, maternal y personal, pienso en las pequeñas cosas que, por falta de tiempo y restricciones Covid, tanto echo de menos. Porque si algo ha puesto de manifiesto esta privación de libertad es que somos capaces de disfrutar con bien poco y que es lo poco, lo pequeño, lo que hemos extrañado más en esos momentos.
A nuestra edad, ya os habréis dado cuenta de que ser perenemente feliz no puede ser la meta, porque las utopías quedaron en la veintena y, para los más tardíos, al comienzo de la treintena; aunque hay quien aún las extiende hasta la cuarentena. Sin embargo, con lo años hemos aprendido a ser felices en las pequeñas cosas: en los cafés con libro y manta en las tardes de inverno; en ver la lluvia tras la ventana en primaveras, como ésta, especialmente mojadas; en conversaciones banales, o todo lo contrario, con los amigos de siempre; en el asombro de descubrir nuevos lugares; en la posibilidad de verse en una sonrisa cómplice (sin mascarillas); en contar las horas de la madrugada acurrucada con los tuyos… en saber que la felicidad, como el tiempo, no es eterna pero que, afortunadamente, hemos comprobado y tenemos la certeza de que se puede experimentar la eternidad por momentos.
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