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Pasado a limpio

Soñé que soñaba

Laura chatea con sus padres en las pocas horas que dispone de wifi en la residencia de estudiantes. Les cuenta sus experiencias con su Erasmus. Nada funciona como imaginaba. El inglés no le sirve con los polacos mayores de 40 años, porque casi nadie lo habla y en la universidad no hay manera de entenderse con los conserjes. No todas las clases son bilingües y generalmente en un inglés manifiestamente mejorable. Cambiar euros en slotis es lo menos enredoso, pero la moneda única todavía es una entelequia en Polonia.

La ciudad es una de las joyas del Báltico y fue una de las principales de la Liga Hanseática, una comunidad económica altomedieval entre ciudades portuarias alemanas y del Báltico. Aún conserva un puerto del antiguo esplendor de la Pomerania y otros detalles que recuerdan su pasado germano, su pertenencia a la Prusia Oriental y a la orden de los caballeros teutónicos. Siempre en disputa entre Alemania y Polonia, en el tiempo de entreguerras, llegó a tener estatus de ciudad libre.

Como estudiante de Arquitectura, ha tomado nota de los edificios singulares, la planta urbanística y los lugares más significativos. El Zuraw es el símbolo de la ciudad, un antiguo torreón sobre el que se instaló una grúa de madera, primero para la estiba de los barcos y luego para las reparaciones de los mástiles. Dos de sus edificios más emblemáticos, la Basílica Catedral de la Santa María y Iglesia de Santa Catalina, son muestra del Gótico Báltico, tan característico con su fábrica de ladrillo. Las notas singulares del gótico, los espigados arcos ojivales, sus bóvedas de crucería, la luminosidad de la fábrica, filtrada por las altísimas vidrieras, llegaron a estas tierras a través de la corriente del pensamiento medieval que fue la orden cisterciense, la refundación de la regla benedictina que relegó a la orden de Cluny y que de nuevo dignificaba el trabajo con su lema ora et labora. Los mismos monjes, para dar ejemplo, se entregaban a él con tanta dedicación como diversos son sus resultados. Uno de ellos, la cerveza trapense, es apreciada por su sabor malteado y los aromas del lúpulo, incluso por quienes ignoran por completo su relación con la pietas, la religiosidad que el cristianismo hereda de los antiguos romanos.

La catedral alberga un reloj astronómico que, al tiempo que da las horas con su desfile de personajes bíblicos, marca la posición de los astros. El relojero que lo construyó tenía tanto de ingeniero como de astrónomo y sus conocimientos se remontan al mecanismo de Anticitera y tal vez al mismísimo Arquímedes. Son varios los relojes de esta misma hechura dispersos por toda Europa, como una muestra más de la semilla que une, invisible, el alma de todo el continente. Deambulando por la ciudad, pueden encontrarse las huellas de su pasado alemán, algunas casas tradicionales, las fachwerkhaus, con sus agudos tejados y los entramados de madera en las fachadas blancas, que son reflejo del alma vegetal de su estructura.

Desde la Puerta Dorada, la antigua entrada de la ciudad, se tiene una vista preciosa y colorista de la calle principal, pero también se puede hallar una presencia que pervive en un constante desasosiego, los restos de la ocupación de la ciudad y de los horrores del nazismo.

Cuando Laura regrese al pequeño rincón huertano donde vive su familia, su visión del mundo la habrá cambiado para siempre y su corazón será totalmente europeo, probablemente liberado de la opresión de las banderas que aún amortajan tantos espíritus de la vieja Europa, caduca, chauvinista y enemiga del vecino.

Ayer soñé que veía

a Dios y que a Dios hablaba;

y que Dios me oía…

después soñé que soñaba.

Antonio Machado

Epílogo: El sueño de Europa está cargado de símbolos. Los fenicios fueron intrépidos exploradores que, movidos por el ánimo de lucro, descubrieron, fundaron y anotaron sus inventarios en una singular escritura fonética. El rapto del olímpico se apropió del invento y consignó con caracteres similares la gran epopeya homérica. De las cenizas de Minos surgió la Hélade y de Troya dicen que Roma. Una continua destrucción y reconstrucción, que tanto debe a sus dioses, sean los politeísmos antiguos y mitológicos o el que siendo uno, tiene tantas caras que le muestran. La románica, austera y bíblica; la gótica tan maternal y luminosa; la renacentista, equilibrada y perfecta; la barroca singularmente emocional; la ortodoxa, seria e hierática; la católica, carismática y dominante; la luterana reformista, la calvinista intransigente y sin embargo comercial y numismática. Durante siglos, la sombra de la cruz ha sido la empuñadura de una espada, por cuyo acero ha destellado la sangre de víctimas inocentes, reconvertida en metales refulgentes y objetos de valor incalculable, hasta la mayor de todas las hecatombes, la del mal absoluto, sin más dios que la soberbia, la avaricia y la ira del nazismo.

De las ruinas de aquellas surgió la Unión Europea, levantada como un castillo de naipes hasta las más altas cimas, con los pies de un monstruo gigantesco de légamo. El espíritu comercial que la impulsó, tan conectado a un pasado de explotación impía de recursos, de colonialismo y esclavitud, de la extracción de las riquezas de la tierra para el mayor lujo de indianos, de banqueros y mecenas de las artes. Todo ese pasado frente a la inocencia de nuevas generaciones de almas impolutas y cándidas que renuncian a la guerra y a la explotación del hombre por el hombre, que han alcanzado la paz y que viven en un singular paraíso, una isla en un mundo salvaje. Mantener este edén florido de prosperidad sólo pasa por las ideas de libertad, igualdad, justicia social, redistribución de la riqueza y sacralización de los derechos conquistados. El camino es sabido por muchos, también por sus mayores enemigos, los corrompidos por la ambición, la avaricia, el poder y el odio hacia todo lo que signifique humanidad.

El gran reto de Europa es construir un pueblo que no olvide todo lo aprendido, que la sangre derramada no sea en vano, que un sueño de libertad y justicia no se alcanza sin abrir el corazón, que el humanismo es tal vez la joya más preciada de aquella joven princesa raptada por un dios voluptuoso e impenitente, que despertó en la isla de Creta sin más equipaje que su propio alma vulnerada.

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