Hace unas semanas celebrábamos el Día del Libro participando en familia en una bonita iniciativa que ponía en marcha una biblioteca local para conocer los relatos favoritos de sus usuarios. Así, libro en mano, buscamos un entorno coqueto para acompañar nuestra puesta en escena y grabar las intervenciones. ‘El hombre del Renacimiento’ eligió para la ocasión, como homenaje al joven poeta fallecido recientemente, un poema del libro Érase una pez. Pequeños poemas para niños gigantes, de Miki Naranja. Nosotros, ‘El pequeño ratón’ y yo, hicimos lo propio con un cuento de la serie De la cuna a la luna, de la editorial Kalandraka, que regalamos a nuestro bebé cuando tenía apenas un mes y que, desde entonces, lo han acompañado en casa, siempre visibles y siempre a mano, convirtiéndose en unos de sus preferidos.

Días después, sorprendíamos al pequeño alcanzando el ejemplar de Crimen y Castigo, de Dostoievski, que su padre tiene en la mesilla intentando, con el gesto serio e incluso en ceño fruncido, imitar la posición y la actitud lectora de papá. Y este hecho nos invitó a hacernos una pregunta: ¿Cómo se forma a un lector?

En nuestro caso, quizás, no ha sido una decisión meticulosa y concienzuda pero, descuidada y naturalmente, los libros siempre han estado a su alcance y muy presentes. Los nuestros, por supuesto, que toman posiciones y coronan cada una de las estancias y muebles (e incluso el suelo) de nuestro, temporalmente, pequeño apartamento. Pero también los suyos propios. Esa pequeña biblioteca improvisada que hemos instalado en la mesita auxiliar junto al sofá y en la que los cuentos, amontonados y desordenados, están a su disposición para que pueda cogerlos, examinarlos y hojearlos. Los conoce perfectamente: el de El Monstruo de los Colores, el del Cocodrilo, El Pollito Pepe o La Oruga Glotona. Para que así, entre dibujos y juegos, nuestro hijo se vaya asomando al maravilloso cosmos de la literatura.

Estos últimos meses, también, ha venido aprendiendo que los libros hay que cuidarlos, que son objetos importantes, que hay que tratarlos con mimo y que, además, tienen su lugar en la casa. Así, ha descubierto que hay otro tipo de cuentos que, aunque ya llaman su atención, custodiamos para cuando pueda apreciarlos y entenderlos. Uno de los primeros que le regalamos fue un libro de poemas de Antonio Machado que compramos en una visita, en Sevilla, al Palacio de Las Dueñas, donde naciera el escritor 1875.

Y es que, como han repetido innumerables autores, un libro puede ser el mejor amigo del hombre. Ojalá, estos pequeños compañeros de viaje que hoy ponemos a su mano, en forma de cuentos, se conviertan, algún día, en los inmensos y maravillosos universos que la literatura puede regalarle.