La noche cayó sobre Artajona como cayó sobre Barakaldo como cayó sobre Burkina Faso, y un meridiano se tiñó el lunes primero de rojo y luego de azul cobalto y finalmente de negro antracita. La muerte siega sin cesar, y a veces siega antes de tiempo. Que se lo digan a Albert Camus, cuando su coche se estrelló y en su última cartera encontraron el borrador de El primer hombre. Que se lo digan a David Beriain o a Roberto Fraile.

Centrismo de boquilla

Albert Camus no es solo el autor de La peste o El extranjero, sino también de El verano/Bodas, un deslumbrante y estremecido canto a la vida bajo la luz del Mediterráneo en Orán. Pero es también el autor de La noche de la verdad (editoriales y artículos publicadas en Combat entre 1944 y 1947) y a Camus me gustaría llevarlo a Burkina Faso para recoger los cadáveres que, si somos honestos, no se apagan del todo porque pertenecen a dos periodistas que se dedicaron a buscar la luz en medio de la oscuridad. Y sus palabras, y sus imágenes, no se desvanecerán con ellos. Hacían algo parecido a lo que hacía Camus cuando se ponía el mono de periodista, como en Combat, donde el 31 de agosto de 1944 publicó su Crítica de la nueva prensa, donde recordaba cuando redactaban periódicos en la clandestinidad: «Albergábamos la esperanza de que esos hombres que habían corrido peligros mortales en nombre de unas cuantas ideas que tomaban muy a pecho sabrían darle a su país la prensa que se merecía y que había dejado de tener».

BERIAIN Y FRAILE.

Beriain y Fraile se tomaban muy a pecho esta profesión y sabían que es imposible acercarse a la verdad sin pisar el terreno, sin ganarse la confianza de las fuentes, sin pasar tiempo a la orilla del dolor, sin compartir y sin reconocer (algo que no se enseña ni en las facultades de periodismo ni en las de ética de los negocios): que cuando te asomas a la muerte de los otros, cuando te impregnas de la injusticia y el dolor, esa carga te va a acompañar mientras vivas.

Si quieres ser reportero de desgracias, de los bordes olvidados de la humanidad, has de tener el cuajo de saber que tu miedo alumbra el camino, un miedo consciente, contenido, y la entereza para sentir compasión para acercarte y al mismo tiempo distanciarte para no perderte (para guardarte las lágrimas para ti). Los cinco sentidos para prestar atención a lo que el ensordecedor griterío político, sectario, identitario, estéril, que hace tiempo nos ahoga en España, no nos permite escuchar: el latido del mundo, lo que de verdad importa. Hacer periodismo con la ética en la huella dactilar.

al poder le molesta la verdad.

Aquí no se ha querido documentar la pandemia, se han puesto todos los obstáculos posibles a los reporteros con conciencia, porque al poder le molesta la verdad, y porque muchos ciudadanos no quieren saber nada de la muerte. Esa que encontró a David y a Roberto al norte de Burkina Faso, donde el cambio climático no deja de hacer estragos que enviará nuevas oleadas de refugiados a nuestras costas. La muerte que los reporteros de verdad se topan cuando menos la esperan, o les alcanza porque su combate por la verdad ha puesto precio a su cabeza como les pasó a Anna Politkóvskaya en Rusia, a Dafne Caruana en Malta, a Miroslava Breach en México, a José Luis López de Lacalle en España.

Por eso es tan obsceno que el consejero jurídico del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador haya llamado a «taparle la boca a los reporteros», esos «enemigos del pueblo», que le dicen la verdad a los entorchados y a los que se ocultan. Hace tiempo que la noche cayó sobre la verdad en México, el país teóricamente en paz más peligroso para los periodistas, donde hermanos de sangre y de conciencia de Beriain y Fraile se la juegan cada día para seguir contando una verdad que hace libres. Por eso es tan vital que recuperemos ese fervor que llevó a estos dos hijos del norte al sur del Sahel, una deontología a prueba de señuelos, a prueba de cantos de sirena políticos o económicos.

EL VERDADERO PERIODISMO.

El verdadero periodismo empieza en la intimidad. Cuando eludes la cobardía y la pereza de decir que da igual, que todos mienten, que la verdad no existe, que todas las opiniones son valiosas. O que da igual una coma o un adjetivo. Ahí empieza a echar raíces el relativismo moral, y los hechos acaban en el desagüe de la historia. Esa es nuestra guerra, nuestra pasión, la de contar, la de dejar en la guantera la ideología, las ideas preconcebidas. Eso es lo que buscaban David Beriain y Roberto Fraile en el mismo continente que vio nacer a Albert Camus. Bajo esa luz. La que lucha para que no caiga la noche sobre la verdad.

No son escasos los momentos en la historia en que los partidos de derecha e izquierda supuestamente moderados se sienten impelidos a desplazarse hacia el centro. Es curioso, porque el centro casi nunca gana elecciones en este país, salvo cuando el electorado percibe que es realmente necesario centrarse, algo que la polarización ideológicamente programada aleja sucesivamente de cualquier voluntad. Ese movimiento suele coincidir curiosamente en el instante en que los pretendidos partidos de centro buscan acomodo en la izquierda o en la derecha, dando la sensación de que nadie está completamente a gusto en el lugar que ocupa. En nuestra política del diletantismo, la aspiración de situarse en el lugar de otros se siente como el logro estratégico de arrebatar al adversario lo que le pertenece.

La tentación de recolocarse traerá un nuevo descalabro y, presumiblemente, la desaparición de Ciudadanos. Por absorción o simple desistimiento. Tiene razón Arcadi Espada cuando recuerda que Rivera cometió un error al pretender reemplazar al Partido Popular pero que ese error hubiera sido el mismo de haber querido sustituir al PSOE; incluso juntarse con él desde el momento en que él es Sánchez, no el PSOE a que estábamos acostumbrados antes de Zapatero. De hecho, se va a comprobar enseguida cuál va a ser el resultado definitivo del volantazo de Arrimadas.

Viendo cómo está el patio, el centro es estética y maquillaje. Se aspira a él de boquilla, pero nadie está dispuesto realmente, ni el PSOE de Sánchez ni el PP de Casado, a dar el paso y librarse de las excrecencias a izquierda y a derecha, porque a nadie le salen las cuentas para gobernar sin hipotecas.

Por eso todo consiste en vender humo. Nadie se atreve a construir el centro desde una auténtica vocación moderada, pensando en el bienestar y en la convivencia del mayor número posible de españoles. Quizás también porque una gran parte de la sociedad ha decidido cavar las trincheras a las que los propios partidos la han empujado irresponsablemente.