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Punto de vista

Ciencia y error

No hay corriente política o social cuyo origen se resista a la Grecia Clásica. Si hablamos de la posverdad, los griegos la conocían. En el siglo V a. C, los sofistas ya transformaban el discurso más débil en el más fuerte. La verdad, tal y como defendía Gorgias en su Tratado del no-Ser, era incognoscible e incomunicable y si se podía obtener beneficio de esta situación, no se tardaba en hacerlo.

El origen de los males contemporáneos no está en Grecia, está en la Modernidad. Quien dedique parte de su tiempo a la lectura de obras de filosofía, lo sabe. El mal contemporáneo comienza a fraguarse en la era ilustrada, gracias a la adquisición de la mayoría de edad (mental) de los hombres, mayoría que, como bien defendió Kant, los capacitaba para actuar de forma autónoma, sin la necesidad de un tutor, solo guiados por las indicaciones de su razón.

El auge de los movimientos anti-vacunas es consecuencia directa de la exaltación de las capacidades individuales realizada en la Modernidad, dirán algunos. La Modernidad no es solo un tiempo donde se produce la configuración del sujeto (el cogito cartesiano sustituye a Dios como principio o fundamento de normas e instituciones), es también un tiempo donde se reivindica la figura del ciudadano frente a la figura del súbdito, es tiempo de progreso, es tiempo de abandonar la superstición y la charlatanería y confiar en la razón. Los movimientos anti-vacunas son movimientos anti-ilustrados. Tal vez todo cuanto somos tenga su origen en la Hélade. Sin embargo, el origen de nuestras miserias políticas y sociales no está en la Ilustración. Somos hijos de la Modernidad y debería avergonzarnos pervertir su legado.

Hace unos días y en medio de una gran polémica, mi colectivo (Profesores de Secundaria) ha recibido la primera dosis de AstraZeneca. Poco hemos oído en los medios de comunicación sobre el resto de las vacunas, lo cual ha generado mucha desconfianza. No hacia AstraZeneca (aunque también), sino hacia al resto de laboratorios. Los que aún nos consideramos ‘modernos’ confiamos en la ciencia y sabemos que sus procedimientos son transparentes y que los resultados obtenidos tras una investigación científica no son verdades definitivas o absolutas, sino verdades provisionales (probabilidades). Cuando nos bombardean afirmando que la eficacia de AstraZeneca es del 76% debemos considerarnos afortunados. Es una fiabilidad alta. Pesan más las razones para seguir adelante frente a las razones para bajarse del barco.

El 76 % de fiabilidad de AstraZeneca es un buen resultado, pero no todos somos tan optimistas. ¿Qué pasa cuando la probabilidad juega en nuestra contra? ¿Podemos ser parte de ese 24% donde la eficacia no está garantizada? ¿Seremos aquellos que sufran los temidos efectos secundarios de la AstraZeneca? Si usted está carcomido por estos miedos, no se preocupe. Muchos estamos dispuestos a dar un paso al frente, ahora nos toca a nosotros. Seguro que en su día usted luchó por una causa de la que ahora nosotros nos beneficiamos. Ahora les toca a otros salir al campo de juego. Si la vacunación se desarrolla de manera inesperada, habrá tiempo de rectificación y unos se podrán beneficiar de los sacrificios de otros. Como heredera de la Modernidad, creo en el progreso humano y entiendo que no hay mucha diferencia entre mi individualidad y la suya. Hoy me vacuno yo. Poco a poco, los demás dejarán de sentir miedo y también lo harán.

Dicen que la vacunación de AstraZeneca puede producir trombos. No es un efecto secundario menor pero debería tranquilizarnos conocer su existencia, saber qué puede pasar nos permite estar preparados y poder ser así combativos. No hay medicación que carezca de efectos secundarios. Los anticonceptivos aumentan el riesgo de padecer una trombosis y no por ello se dejan de tomar. Los efectos secundarios de la quimioterapia son demoledores y no por eso dejamos de apostar por la vida. Parece que hemos olvidado que el coronavirus mata y mata de manera atroz.

Es cierto que AstraZeneca no ha ayudado a crear una imagen de fiabilidad científica con sus continuos incumplimientos de contrato (ha repartido en la Unión Europea muchas menos vacunas de las acordadas). En cualquier caso, sus devaneos legales no deben mezclarse con su trabajo científico. El laboratorio debe ser más cuidadoso en su gestión administrativa, evitando así las continuas llamadas al orden hechas desde Bruselas. AstraZeneca no debe mezclarse en polémicas y controversias en las que solo los medios de comunicación y las redes sociales obtienen beneficios.

Ahora AstraZeneca se llama Vaxzebria en un intento de crear una imagen nueva y de poner calma entre sus consumidores. Agradecemos el gesto, pero no es necesario. Confiamos en la ciencia, cuando acierta y cuando no. Además, el error es propio de la condición humana y no debería molestarnos tanto.

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