El Grupo Parlamentario de Ciudadanos (seis diputados) son tres grupos, de dos en dos. Por un lado están la reciente coordinadora del partido, Ana Martínez Vidal, y el portavoz, Juanjo Molina, aparato puro. Por otro, la vicepresidenta del Gobierno, Isabel Franco, y el diputado Francisco Álvarez, veterano ‘fundador regional’ del partido por el que fue concejal en Alcantarilla antes del boom nacional. Y finalmente, el tándem Valle Miguélez, administradora del Grupo, y el presidente de la Asamblea, Alberto Castillo, uña y carne, pues ella fue la responsable del fichaje de aquél. La relación interna sería relativamente cordial si no fuera porque Vidal no dirige la palabra a Franco ni a Álvarez, y mantiene la distancia con Miguélez, quien ha ido perdiendo poder en el partido conforme lo iba adquiriendo la actual coordinadora, aunque parece merecer la confianza del aparato central, que es, en definitiva, el que ordena, manda y hace y deshace aquí.

Hasta ahora, se ha venido manteniendo el equilibrio de esta mesa de tres dobles patas, pero vienen curvas. Para el martes de esta semana fueron llamados a la sede central de Madrid Isabel Franco, Francisco Álvarez y Valle Miguélez, pero solo viajó esta última. Tanto Franco como Álvarez ya debían saber de antemano para lo que se les reclama desde allí, pues ya tienen experiencia por convocatorias anteriores: a la primera, para que ceda a Vidal la vicepresidencia y se la entregue sin hacer olas; al segundo para que no se solidarice con su compañera en caso de que Franco se ‘indiscipline’ desde su escaño en la Asamblea. Por tanto, ambos renunciaron a la cita para no escuchar por enésima vez la misma música.

Pero ¿y Miguélez? ¿Para qué fue convocada? Los rumores que se extendieron ayer en el ámbito de Cs apuntaban a que habría sido emplazada para hacerse cargo de la portavocía del Grupo Parlamentario en sustitución de Juanjo Molina, quien pasaría al Gobierno, bien a la consejería de Educación si es que López Miras se hubiera visto obligado a cederla a Cs, bien a la de Política Social y sus etcéteras en sustitución de Isabel Franco. Sin embargo, desde la dirección del partido desmienten ese rumor: «Ni de coña». A no ser que desde Madrid estén diseñando la inmediata crisis de Gobierno por su cuenta, que es seguro que sí, pero no parece concebible que lo hagan a espaldas de la coordinadora regional. Desde luego, las relaciones personales entre Vidal y Miguélez no son las que suelen darse como habituales entre el jefe de un partido y el portavoz parlamentario del mismo.

Las tan sutiles como frágiles complicidades internas en el Grupo de Cs constituyen, sin duda, un dolor de cabeza para López Miras. Unido esto a que, en apariencia, no está amarrado el pacto con los tres diputados disidentes de Vox cuyos votos son imprescindibles para que sea aprobada la Ley de Presidente, con la circunstancia añadida de que a partir del miércoles la titular de uno de esos escaños causará baja durante algún periodo por motivos personales. Un voto menos.

Todas estas incertidumbres podrían confluir en que la aprobación de la Ley del Presidente, si se programa para fecha inminente, concluyera en chapuza, de modo que lo más probable es que López Miras aplace hasta después de esa aprobación pactada los cambios en el Gobierno que constituyen la dote reclamada por Cs. Primero, la ley; después, el Gobierno. De otro modo, el presidente podría encontrarse con que ha satisfecho a Cs sin obtener la prenda pactada en ese intercambio. Pero de relegar a otro momento el Pleno que debe aprobar la ley, el Gobierno agravará su imagen de provisionalidad, dado el precipitado anuncio de que será remodelado. El laberinto de las aceitunas.

Y otro dilema. Supongamos que se aprueba la ley sin disidencias en el Grupo de Cs para inmediatamente después instituir un nuevo Gobierno sin Franco en la vicepresidencia. ¿Quién aprobará los Presupuestos con dos diputados menos? ¿Los apoyará Vox, que ya ha anunciado que no lo hará? Y son unos Presupuestos esenciales para que el Gobierno siga chutando hasta el final de legislatura, en último extremo con la prórroga de los mismos durante el último año de mandato. Un sinvivir, chavales.