Durante los primeros siglos hubo mujeres ocupándose de servicios estables en la Iglesia, es lo que conocemos como diaconado. Las diáconas tenían una función fundamental, pues una organización, del tipo que sea, no puede funcionar sin personas que se dediquen a tiempo completo y de forma estable, instituida.

Así fue al principio y las Cartas de San Pablo así lo muestran. Después, la cercanía al Imperio fue generando unas estructuras de control eclesial radicadas en el sacerdocio ministerial ejercido exclusivamente por varones, lo que llevó a retorcer la estructura entonces tradicional y crear lo que ha llegado hasta hoy: para ordenar a un varón como sacerdote ministerial debe pasar por los estadios previos de las órdenes menores, el subdiaconado y el diaconado, convirtiendo estructuras de servicio en grados de ascenso al poder. De esta manera, la riqueza de servicios en la Iglesia queda acaparada por un modo de institucionalidad jerarquizada, patriarcal y, con el tiempo, gerontológica.

En el pontificado de Francisco se ha avivado el debate de la ordenación de las mujeres. El Sínodo sobre la familia estuvo marcado por este debate y el de la Amazonia por el debate de la ordenación de varones casados. En ambos casos no se dio ningún paso para cambiar el statu quo, pero ahora ha habido una pequeña modificación de éste: el Papa Francisco ha publicado el motu proprio Spiritus domini para modificar el Código de Derecho Canónico, en su canon 230 § 1 con el fin de permitir la ordenación de mujeres para el lectorado y el acolitado, es decir, a lo que se llamaban órdenes menores. Esto podría parecer la apertura de la puerta al acceso al Orden sagrado, pero no es así. Lo que el Papa ha aprobado va más allá, en parte, y en parte se queda más acá, por eso ha defraudado a unos y a otros.

Lo interesante de este cambio está en la Carta que el Papa ha remitido al Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Ladaria, explicando los motivos doctrinales que llevan a tomar tal decisión. Y aquí está la clave de todo: el Papa pretende modificar el derecho, pero también la doctrina. Este papado ha entendido que los ministerios en la Iglesia son servicios que tienen su asiento en el Bautismo, no en el Orden sacerdotal, y por tanto han de ser otorgados, mediante el procedimiento de ordenación habitual, a bautizados y bautizadas preparados para ello.

La Iglesia ha estado perdida demasiados siglos, y sigue perdida en lo que afecta al diaconado, porque muchas mujeres en los primeros siglos, como vemos en las Cartas de San Pablo, fueron diáconas de las iglesias.

Ahora bien, este paso dado por el Papa deja a muchos, muchas, un mal sabor, porque lo que hace no es integrar a las mujeres en el Orden sagrado, sino sacar de este Orden los ministerios relegándolos a una función servil sin derecho alguno a remuneración, con la excusa de que nacen del Bautismo y son, por tanto, un derecho de todo bautizado o bautizada. El supuesto Orden sagrado sigue intacto, solo ha sido ´depurado'. El paso que deberá dar la Iglesia en el futuro si quiere poner las cosas en el lugar donde deben estar es vincular el Orden sagrado al Bautismo.