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¿Qué hacemos con Gil de Biedma?

Como en tantas otras veces, Gil de Biedma es 'de los nuestros', un escritor que encarnó la lucha antifranquista desde sus versos delicados, que se jactó siempre de ser comunista y vestir con trajes de lino, que defendió a la mujer del machismo pero aplastó la infancia de, que se sepa, un niño, en pos de ese machismo superlativo que decía combatir

En la literatura se puede encerrar todo lo bueno y lo malo que contiene la vida. La trayectoria de un hombre cabe en apenas unos libros. Tal vez unos versos sueltos. París, postal del cielo es uno de los mejores poemas que se han escrito durante la noche franquista y en cuyos versos todo lector hubiese soñado permanecer, aunque fuera por unos minutos de inocencia. Más tarde uno crece y conoce la diversión. Observa en la barra de los bares simulacros de amores, que es lo mismo que andar leyendo A una dama muy joven, separada. Luego el sueño se hace despojo y la realidad te echa a la cara sus miserias. Ocurre cuando leemos No volveré a ser joven. Pero cuando el poeta muere y parece que nada más tiene que decir, encontramos esa escena comprometedora de Retrato del artista donde el escritor describe cómo forzó sexualmente a un niño filipino de doce años, obligándolo a prostituirse. En todas las trazas están marcadas las huellas de Jaime Gil de Biedma.

NO ES NUEVA LA POLÉMICA que asalta los principales focos culturales del país. Se ha cumplido el treinta aniversario del fallecimiento del poeta catalán y son numerosos los artículos que recuerdan su figura como un defensor de los oprimidos, bajo cuya voz se protegieron las mujeres divorciadas, los excluidos de la lucha de clases y los represaliados durante la dictadura. Porque Gil de Biedma fue todo eso, a través de una obra poética escasa pero lo suficientemente clarividente. Resultó encarnar la figura de un poeta que hablaba una lengua novedosa, con temas mundanos y de andar por casa pero con un tono elitista que nunca lo abandonó. No le faltaría más que la guinda a este homenaje de honor si no fuera por la publicación póstuma de sus diarios (sin la autocensura que él mismo obligó hasta su muerte), en la que narra con todo detalle el caso del niño filipino.

Han pasado veintitrés años desde que en 1998, en las páginas del diario El País, Andrés Trapiello y Pere Gimferrer sostuvieran un airado debate en forma de epístola a vueltas con la pedofilia de Gil de Biedma. El escritor, que acaba de publicar Madrid con enorme éxito, defendía la necesidad de no andarse con medias tintas ante un suceso tan grave y evitar cualquier tipo de dulcificación de los hechos, algo en lo que, según su juicio, sí incurría Gimferrer al referirse al abuso sexual como un «ocasional trato carnal». Pero en este último mes se han vuelto a encender las voces cruzadas, a vueltas del homenaje organizado por el Instituto Cervantes al poeta catalán en el trigésimo aniversario de su muerte. No desaprovechó la oportunidad el director de la institución, Luis García Montero, al hablar de Gil de Biedma como «una persona decente (...) y capaz de empatizar y conmoverse con los más débiles, las víctimas de la sociedad, los pobres y las personas más necesitadas o las mujeres explotadas...». También, el profesor granadino pidió no hacerse eco del ‘rastro del cotilleo’ que señalan precisamente aquellas acciones menos poéticas de la vida de Gil de Biedma. Otra vez el niño filipino.

EL DEBATE ESTÁ SERVIDO y son varias las preguntas que conviene hacerse. En primer lugar, deberíamos tener en cuenta que la obra en donde el poeta catalán describe el acto pedófilo es un extracto de un diario, de unas memorias literarias que el mismo autor quiso publicar una vez fallecido. ¿Por qué esperar a la muerte? ¿Por qué no enfrentar en vida los hechos del pasado? ¿Por qué escribirlo y para quién? Pero sobre todo, una cuestión que afecta mucho más al ámbito literario: ¿Pueden ser consideras unas memorias una obra literaria, es decir, ficción al igual que la novela? La letra escrita pesa tanto como una verdad, pero convendría desconfiar absolutamente de cualquier libro de memorias cuyo narrador sea el principal beneficiado por la venta del libro.

Describe en Retrato del artista Gil de Biedma el siguiente pasaje: «No creo haber durado allí mucho más de cinco minutos. No me dejaba besarle, no me dejaba hacer nada. (...) Era un pobre grumete castigado a remar, un infeliz galeotillo ‘a la concha de Venus amarrado’ -de Venus Urania, bien entendu- . Empiezo a temer que el defecto de los chulos de aquí sea la falta de afición y mi recuerdo va, nostálgico, a los maravillosos chulos españoles, siempre prontos a olvidar en la cama que se acuestan por dinero...». Fragmentos así han llevado a Andrés Trapiello a cuestionarse, no al poeta, sino al hombre que se esconde detrás de estas fechorías. ¿Merece acaso un homenaje organizado con dinero público un hombre que se jactó de haber violado a un niño?

RECUERDO LA POLÉMICA acaecida hace más de diez años a causa de la publicación de Dios los cría..., un libro donde Sánchez Dragó afirmaba haber mantenido relaciones sexuales con dos ‘lolitas japonesas’. Entonces se cuestionó la idoneidad de seguir considerando a Dragó como figura pública y se le quiso condenar al ostracismo mediático. ¿Por qué con Gil de Biedma solamente ha aparecido un escritor, solo frente a un ejército de voces calladas, que protesta por esta discordancia entre la glorificación de un hombre que utilizó el abuso de menores como fuente de placer?

Acaso la respuesta sea mucho más simple. Como en tantas otras veces, Gil de Biedma es ‘de los nuestros’, un escritor que encarnó la lucha antifranquista desde sus versos delicados, que se jactó siempre de ser comunista y vestir con trajes de lino, que defendió a la mujer del machismo pero aplastó la infancia de, que se sepa, un niño, en pos de ese machismo superlativo que decía combatir. No sé cómo hubiese reaccionado la sociedad española si el niño filipino hubiese sido madrileño, o sevillano o barcelonés, como él. No me puedo imaginar hasta dónde hubiese llegado la cultura de la cancelación si el niño filipino hubiese sido, en realidad, una niña o si Gil de Biedma, en lugar de poeta, hubiese sido sacerdote.

Afortunadamente el lector debe quedarse siempre con el libro, si es bueno. Para santificar al hombre ya se crearon los dioses, hace miles de años. Y rara vez funcionan.

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