Me negaba a que mi espacio en el periódico esta semana tuviera nada que ver con la pandemia que estamos viviendo. ¡Ya está bien! Convivo con ella de 8h 5 días por semana. Y cuando al fin llegó a casa, en las noticias, más de lo mismo. Tenía muy claro que hoy quería escribir de música, mi pasión. Y porqué no decirlo, lo que me ha dado trabajo los últimos 25 años. Aún sin saber tocar un instrumento, siempre me he buscado las lentejas a pie de escenario, tras él y en alguna ocasión sobre el mismo. Pero los tiempos están como están; pocos discos que promocionar, ningún festival del que hacer la crítica, y menos aún bandas a las que dedicarle una producción en condiciones o solucionarles el backstage.

Las últimas noticias musicales poco alentadoras son. Cierre de salas, shows suspendidos o en el mejor de los casos, aplazados, y la tristísima partida de unos cuantos músicos queridos o respetados por mí. Vaya desde aquí mi homenaje para Juanjo Pizarro Fernández (Dogo y los Mercenarios, Silvio y Sacramento, Pájaro), Sylvain Sylvain (New York Dolls) Boni (Barricada), Phil Spector, Tom Stevens (The Long Ryders) y Sebastiá Sospedrá (Los Salvajes /Lone Star). Haciendo memoria de las veces o lugares donde había disfrutado de algunos de los que han marchado, me voló la mente a un lugar totalmente diferente.

Intentando recordar cuándo y con quien había disfrutado más trabajando, y lo tuve muy claro. Era septiembre del 99. Septiembre es el mes en el que Murcia resucita. El sol ya no es abrasador y puede una salir a la calle sin que la suela de sus zapatos quede adherida al asfalto. Aquí septiembre es el mes de la alegría, todos regresan de sus vacaciones estivales con ganas de reencuentros, las calles huelen a limpio, a necesidad de ser vividas de nuevo. Pero si muchos ansiamos la llegada de septiembre es, ante todo, por el resurgimiento de los conciertos.

El primero de todos, nuestro adorado Lemon Pop. Ese festival que don Ángel Sopena tuvo el acierto de crear y que hoy mantiene a flote Rafita, en el que se dan cita grupos emergentes y otros con un bagaje más que reconocido. Evento donde hasta la última edición que pudimos celebrar (2019) estallaban los abrazos. Ese año, 1999, el cartel era bastante atractivo, si no me falla la memoria el mismo fin de semana tocaban Los Planetas, Los Enemigos o el grupo divertidísimo que por aquel entonces regentaba Nacho Escolar, director de eldiario.es y se llamaba Meteosat. El invitado para amenizar los postconciertos resultó ser un señor bastante seductor, una eminencia para los amantes de la música, maestro de los que en algún momento hemos querido aprender de él. Pero sobre todas las cosas, respetado y querido a partes iguales por absolutamente todos los que estiman el buen sonido.

Se trataba nada menos que de Juan de Pablos, y lo mejor, venía a compartir cabina conmigo, ya que en esa época y por caprichos del destino era yo la residente en la sala elegida para el show. Desde el primer momento me emocionó la idea, pero no fui consciente de quién era realmente hasta que empecé a ver a pie de cabina caras conocidas y muy respetadas por su alto conocimiento musical, aguardando ante mi cabina para no perder detalle. Recibí a un tipo entrañable, simpático y excesivamente educado que entró por la puerta grande cargando un par de maletas repletas de vinilos 7, esos físicos chiquitos y de corta duración que apenas contienen una o dos canciones por cada cara, joyas para los que saben de que va esto...

Ayer decidí llamarlo para publicar una entrevista suya. Los homenajes he decidido hacerlos en vida, mirando a los ojos de quien me importa. Porque si algo he aprendido tras muchos meses sin poder ver ni abrazar a mis seres queridos, es que la palabra es la única herramienta que nos queda para demostrar amor, cariño o respeto. Y eso requiere mucha escuela. Nos vestimos de despropósito cuando hemos de entonar una crítica, pero nos cuesta la vida mostrar aprecio cara a cara. Hemos hablado de lo humano y lo divino, a ninguno de los dos nos faltan tablas para una conversación más que interesante. Lo de menos era contestar a las preguntas que mi amigo PJ y yo habíamos preparado para él, aunque no hemos dejado ninguna en el tintero, aunque nos costó elaborarlas. Pero como dice la canción de cabecera de su programa, Attends ou va ten (sintonía de Paul Mauriat que le acompaña desde los 70) Espera o vete, y nosotros esperamos a que todo fuera perfecto, cómo esa canción de cabecera, nunca hubo una presentación más poética para abrir un programa de radio. Ayer el mito quedó a un lado, hablé durante horas con un hombre sabio y justo. De los que viven la vida como un desafío. De los que hay días que sienten miedo, como todos tenemos ahora mismo, pero no por eso se achanta.

Fue mágico escucharlo narrar sus Universos Paralelos, hablar de las depresiones que a priori parecían insalvables y con valor ha superado. Hablamos de Ruth y Antonio, y de lo bonito que era el christmas que hizo Ciro para él, a pesar de lo triste que ha sido vivir estas fechas sin poder salir de casa (por mi parte y como sanitaria, agradecida). ¿Tienen ustedes idea de lo bonito que es mantener una conversación con alguien mientras pones una canción que surge sin pensarlo? Sonaban en este momento Los Diablos y su Manda Christmas. Conversamos largo y tendido de las proezas que podía haber conseguido Buddy Holly de no haber muerto aquel fatídico 3 de febrero del 59,junto a Ritchie Valens y J. P Richardson, cómo señala De Pablos, «el día que murió la música», de lo bien que sienta tomar infusiones homeopáticas que ahuyentan los malos sueños. Esos que todos estamos experimentando debido al aluvión de noticias tristes que nos golpean cada mañana. Pero lo más emocionante ha sido que me desgranase la historia y secretos de mi canción favorita, Gypsy Woman, de Ricky Nelson, cuyo significado para mí daría para otro artículo. Y así ha pasado.

Sin proponérmelo he rendido homenaje a los 42 años del programa más emotivo que ha dado la radio en este país, sin arquetipos ni censuras, ese espacio musical llamado Flor de Pasión, que ha mantenido a cinco generaciones de oyentes pegados cada noche a un transistor y que me ha permitido acercarme más, si cabe, a un ser absolutamente mágico.

Gracias por dejarme compartir esta experiencia, me habéis permitido apartarme durante unos momentos de la cruda realidad que vivo cada día en la UCI del hospital, y qué mejor manera que hayan sido junto a alguien que es fiel exponente de la alegría y el entusiasmo.

Gracias, Juan de Pablos, por permitirnos soñar bonito.