En el antiguo Egipto, las abejas simbolizaban el alma humana. Creencia semejante se extendió por el Mediterráneo, pero también existe por el norte y centro de Europa. La fabricación cera y miel contribuyen a esa idea de seres de luz y elixir de la vida. En algunos pueblos de Galicia, los funerales se acompañan del baile del ´abellón' (abejorro): un corro girando alrededor del difunto mientras se imita el zumbido de las abejas, para señalar dónde se encuentra su alma. En los valles del pirineo navarro, la muerte de un vecino se comunica a las abejas para que fabriquen cera para la iglesia.

Contadle a las abejas que ha muerto Mari Loli, la de sonrisa en flor, y necesita luz para la iglesia; que liben las rosas de su túmulo y lleven su polen a las huertas que florecen en mayo, que expandan por los campos los vivos colores vegetales del verano y que se adentren en los bosques donde maduran los frutos rojos de áspero dulzor. Germinará su ánima de nuevo en el ciclo eterno de la vida, se abrirá con los aterciopelados pétalos, anidará en los estambres del azafrán y pajareará perfumada de jazmín y mirto. Timbrará el jilguero la dulce sonrisa que vivía acurrucada en su rostro y el trino del canario se escuchará en los patios de sábanas tendidas al sol.

Saben las abejas que la vida es un breve sueño de felicidad. El fino hilo que el azar enhebra para germinar en soleados balcones, en umbrías esquinas, en parterres luminosos o en vivaces macetas de engalanadas composiciones. Por más que la Parca lo corte, seguirá entramado en los colores del tapiz mientras haya memoria que recuerde.

El poeta canta el tiempo que transitamos cual río que serpentea hasta la mar. El escultor hace saltar esquirlas para detener el movimiento en un gesto. El narrador nos cuenta los lazos de sangre que se anudan en relatos y sagas.

Asir el instante y guardarlo en la penumbra de un recuerdo tan sutil como una exhalación, porque la vida es apenas un aire. Solo que unas veces es viento tempestuoso; otras, brisa; y las menos, como la de María Dolores Conesa Romero, un perfume que aspira notas florales con toques afrutados de naranjas, melocotones y manzanas que poblaban su mesa en las estaciones del año. El olor de la merienda en la casa de Roldán, donde el jazminero filtraba en verde la luz matinal que caía sobre la ventana y se derramaba por las maderas nobles del salón, mientras maduraban los higos en las chumberas y el granado se sonrojaba esperando las manos ansiosas y otoñales. La algarabía infantil en las playas de la Torre de la Horadada, tornaba en coro alborotado con las luces de la tarde, alrededor de los sabores naranja, limón y fresa de los helados, o de gominolas y regalices a media tarde. Años más tarde, las partidas de cartas en prolongadas veladas de madrugadas lunares.

Fue Mari Loli refugio y asilo en las aflicciones para quien la buscó, señal y faro para quien la tuvo, dulce sonrisa en las fiestas para quien disfrutó de su compañía. Aprendió a escuchar en el silencio cuando el dolor la laceró y bebió el líquido amargo del desamor. Pero con aquellas lágrimas que nadie vio, pulió la dulce sonrisa que afloraba en cada gesto. Dice Víctor Hugo, por boca del obispo Myriel, que quien ama a otro, contempla la faz de Dios, y Mari Loli tuvo esa gracia sin duda divina. El recuerdo es también refugio en sagrado de las tensiones paterno filiales, sabia confidente de tragedias pequeñas que la adolescencia sublima cual drama griego. Mari Loli no fue distinta de algunas mujeres que hayas tenido la suerte de conocer, paciente lector, y por eso estas letras son también las tuyas, como esa memoria que aflora quedamente.

Fue secreta confidente, porque aprendió a escuchar oyendo el silencio de la soledad, a comprender en la experiencia previa del propio sufrimiento, a consolar en la quietud del sosiego. Dedicado a ella y a quien tú conociste, se extiende este pequeño tributo que es oración y plegaria común, para que las almas volátiles y hacendosas acompañen la suya hasta los campos elíseos donde moran otras que se fueron antes.

En mi historia, ella estuvo siempre, desde que me reconozco vivo, como alter ego de mi propia madre. Fue también alma mater en el sentido más puro, pues alimento recibí junto a sus hijos, tejiendo con leche, canela y limón una fina seda que une y hermana a la familia, para que la historia de la sangre siga contándose en el mismo libro mientras esté presente en la memoria.

A las abejas decid que acompañen su alma por el día, para mostrarle las corrientes que ascienden a los prados de celestes agodonales, que le enseñen a dormir acurrucada en la brisa marina y a eludir los vientos húmedos y fríos cargados de melindres. Y por la noche, prended una candela para que no pierda sus pasos y tenga la guía de quienes le guardan en el corazón, pues mientras viva un recuerdo suyo entre quienes la amaron, no habrá muerte para ella.

Envidio ahora a quien sentado frente a ti, te contempla y te escucha, riendo dulcemente. Semejante a la de los dioses es su suerte, pues te escuchará contar historias de amores y desamores, junto a tus padres, rodeada de pájaros azules en la cenefa, mientras canta la melosa voz de tu primo José María Galiana.

Que la tierra te sea leve.