Hay muchas cosas malas de 2020 que probablemente se repitan en 2021. No me voy a poner a buscar periódicos atrasados, ni muros de redes sociales para refrescar la memoria, porque todo esto del coronavirus se ha ido convirtiendo para cada cual en un conglomerado de vivencias, situaciones y personas que nunca habíamos podido o tenido que ver desde la extraña perspectiva del peligro. Hemos tenido que renunciar a tantas cosas y dar cabida a tantas novedades, que ya no sabemos si realmente podríamos llegar a acostumbrarnos a vivir en un mundo donde el coronavirus y la Covid ya no estuvieran.

Cada uno de nosotros habrá ido formándose a lo largo de estos meses una idea de los demás bastante diferente a la que tenía antes de la llegada de la pandemia, porque en situaciones así es muy difícil sustraerse a la imagen y/o a la valoración que las personas ofrecen de sí mismas con sus actos: la solidaridad „entendida en términos de confianza y apoyo a los demás con nuestros gestos y actitudes„ no se puede fingir: no se puede pretender pasar por solidario/a negándose sistemáticamente a tomar las precauciones más elementales, como el uso de la mascarilla o la limpieza de manos con el gel hidroalcohólico a la entrada y salida de cada uno de los locales comerciales a los que a diario acudimos.

Cuando „por ceñirme sólo a lo esencial„ hijas/os y nietas/os están absteniéndose de visitar a sus propios padres, abuelos o cualesquiera otros familiares mayores, cuando la mayoría afrontamos „con el mejor ánimo posible, nos guste más o menos„ confinamientos domiciliarios o perimetrales, trabajar desde casa, estar en Erte, dar clases e incluso hacer exámenes online, en muchos casos sin contar con medios informáticos o espacios adecuados, las actitudes insolidarias de tantos resultan mucho más visibles e hirientes, no solo por el hecho de que no midan el alcance de sus actos, poniéndonos en peligro a los demás, sino porque actúan así llevados por el egoísmo, la soberbia, la ignorancia o por todas ellas a la vez.

Y da igual si son ricos o pobres, si son los hijos de aquellos cayetanos del barrio de Salamanca que se manifestaban en la calle contra el estado de alarma, bailando y bebiendo despreocupados en la pista de la antigua Joy Eslava, o chavales de cualquier barrio de clase más menos baja haciendo botellón. Aunque obviamente, los demás seamos libres de pensar, con mayor o menor razón, que en el caso de los primeros la cosa puede considerarse mucho más grave, en razón de la educación que se supone que han recibido de sus padres y en los colegios de semipago o pago entero a los que van.