Decía Joseh Conrad que caminamos, y el tiempo también camina, hasta que delante de nosotros aparece una línea de sombra que nos advierte que estamos dejando atrás la juventud. Ante este panorama tan sombrío, ya planteaba Quevedo qué hacer para no llegar a viejos, fórmula que en estos tiempos modernos sería de gran utilidad, habida cuenta de que ahora prima el impulso y la prestancia de la juventud y el menosprecio de la experiencia y la mesura de la edad provecta.

Vistas estas modas, muchas son las fórmulas con que tú, oh mortal, si ya vas para viejo, puedes aspirar a la eterna juventud. Aunque puedes empezar por la vestimenta, habida cuenta de que dicen que el hábito hace (y tal vez rejuvenece) al monje. Abandona los lutos y formalidades y viste ropa chillona y floreada, pantalón corto o con rodilleras y culeras ratonadas, calza chanclas, encasquétate en verano y en invierno el sombrero de paja y asiste de esta guisa a toda clase de solemnidades y saraos.

Aunque si esta informalidad superficial te parece poco, rejuvenece el cuerpo con toda clase de afeites y cirugías: depílate hasta los más recónditos entresijos de tu corporal anatomía, ponte labios de salchicha y pómulos de clavel reventón, estírate cuello y barriga, y tensa y apunta lo que de natural ya se va descolgando, hasta que puedas decir por la noche que te desnudas de vestidos y de miembros, dejando a un lado cabellera, dientes y demás remiendos de talle, extremidades y otros apéndices, como si fueras un sueño de Quevedo o de Gracián.

Es imprescindible que practiques deporte, pero nada de ajedrez, aerobic o pilates, sino ejercicios de resistencia y de riesgo: maratones enteros o a medias, en Totana, Nueva York o Helsinki; montañismo y ciclomontañismo, a ser posible de ocho miles; paracaidismo y parapente; puenting y barranquing y rafting; skateboard, escalada de paredes y otras locuras extremas.

No te olvides de viajar por el universo todo, a pie, en moto o en bicicleta, en catamarán o en balsa neumática, en globo aerostático o en vuelo sin motor. Corre desiertos, sobrevuela montañas, explora intrincadas selvas, fatiga glaciares, dunas y pedregales, siempre con el afán de llegar más lejos y más alto, en una aventura sin fin. Y luego ven y cuéntalo, y presume de lo bien que todo esto te sienta y de lo joven que te sientes.

Asiste sin tregua a espectáculos multitudinarios, ruidosos y participativos, en estadios, playas y montañas, al sol o bajo la lluvia: óperas experimentales, carnavales desbocados, sesiones de teatro interactivo de al menos veinticuatro horas, recitales y conciertos mínimo de una semana de rock, heavy metal y otras músicas alternativas.

Discútelo todo, lleva la contraria a basiliscos y energúmenos, intenta poner paz en riñas y conflictos, llama la atención a quien se porta mal, conduce con prudencia, anda por las aceras y atraviesa en verde los pasos de peatones, entre otras muchas actividades sociales de riesgo.

Con todo esto y muchas cosas más, serás admirado como un espíritu moderno y alternativo. Y lo fundamental: no envejecerás, no porque te hayas muerto de muchacho o de recién nacido, sino porque actualizarás esta fórmula quevedesca para no llegar a viejo con ingredientes más modernos que la dejarán en mantillas: «Ándate al sol en verano y al sereno en invierno; no tengas paz con tus huesos; púdrete de todo; come fiambre y bebe agua; no descanses ni de día ni de noche, por andar en lo que no te va ni te viene: que como esta no es vida para llegar a viejo, conseguirás no serlo».