Hoy empieza la moción de censura contra Pablo Casado. Está bien, en democracia es un ejercicio legítimo utilizar todos los instrumentos constitucionalmente válidos para aplastar políticamente a tu rival. Y eso en Vox lo han entendido a la perfección.

Pedro Sánchez no es en absoluto el objetivo de Abascal. Ni tiene números para echarle, ni tiene interés estratégico en que se modere. Por mucho que todos luchemos por España, cuánto más cerca está uno en las encuestas de pisar moqueta de Moncloa más y mejor se sienten los colores.

En el caso de Vox, además, la jugada es inmejorable. Recuperan un posicionamiento mediático que antes de verano habían perdido, obligan al PP a posicionarse en un falso dilema terrible para sus intereses (¿votar no es legitimar a Sánchez, o votar abstención es reconocer tácitamente que se han equivocado por no llevar la delantera?), y tienen horas y horas de tertulias en las que todo el mundo reconoce que la verdadera oposición son ellos.

Vox es un partido político populista y ultraconservador, sí, pero que ello no nos ciegue para reconocer que es una formación muy interesante, al menos académicamente, por muchos motivos. Conviven en él dos almas que son a todas luces antagónicas, como los liberales acérrimos encarnados en Iván Espinosa, y los neofalangistas representados por Buxadé. Intentar ser el Frente Nacional y el pLib al mismo tiempo es francamente complicado, pero ellos lo consiguen. Dos departamentos ideológicos estancos con un único horizonte común: España.

La geometría variable que requiere tal ejercicio de contorsionismo político tampoco es casual. En Vox, al igual que Podemos hizo en su momento, han entendido algo esencial: absolutamente todo está inventado. Hace años Pablo Iglesias desempolvó las antiguas recetas del populismo latinoamericano, revivió los eslóganes del comunista Mélenchon y plagió hasta la saciedad los movimientos del griego Tsipras. El 15M no fue más que la copia barata de la Primavera Árabe, y el intento por aplastar entonces al PSOE fue una réplica del escenario que ocurrió con el PASOK. Podemos no triunfó porque tuviera a grandes consultores elaborando complejas estrategias, que también, sino porque tuvo a un grupo de pensadores entendiendo que si ya algunos habían conseguido llegar al fin que pretendían, para qué innovar cuando podían limitarse simplemente a copiar.

Vox está haciendo exactamente lo mismo que Podemos hace seis años. Bajo los eslóganes populistas y las soluciones fáciles a problemas complejos hay muchísimo estudio detrás. Con la apariencia absoluta de improvisación, o quizás no de reflexión exhausta detrás, los de Abascal llevan meses planteando el desarrollo de debates complejos con filósofos liberales y conservadores de toda clase y condición. Hablan sobre el pin parental, debaten sobre feminismo, plantean respuesta a la lucha contra el medioambiente, elaboran recetas económicas y analizan el impacto que cada medida va a tener no sólo sobre ellos mismos, sino también frente a los que les rodean. Por eso, al contrario que los demás, posicionan agenda mediática y lideran mensajes.

La maquinaria que ha puesto en marcha Vox, en el plano supuestamente liberal con su fundación FAES 2.0, y en el plano 'lepenista' con su nuevo sindicato vertical, es una afrenta ideológica de una profundidad que sus rivales harían mal en desperdiciar.

Esta semana comienza la moción de censura de Vox contra el liderazgo de la derecha. La perderán en votos y la ganarán en legitimidad mediática y electoral. Ojalá los demás partidos no lo ignoren. Por la cuenta que nos trae, en España sólo puede ganar la libertad.