Tradicionalmente, en el lenguaje político o laboral se venía empleando el término 'otoño caliente' para atisbar una radicalización virulenta de las protestas a la hora de abordar asuntos cuya urgencia de resolución había quedado postergada a después del verano.

Se pronosticaban movilizaciones callejeras en lo social o huelgas para conseguir mejoras de convenios colectivos u obtener de las Administraciones lo demandado por los denunciantes. También cuando se pronosticaba un endurecimiento del debate y una mayor tensión en las instituciones parlamentarias o de la oposición frente al Gobierno.

Pero este otoño no llega en ese punto previo a la ebullición ciudadana sino quemado, churrascado, carbonizado, incinerado, abrasado y calcinado.

La maldita pandemia y la segunda de las sucesivas oleadas que llegarán tras su estreno en primavera, nos pilla a casi todos abatidos, impotentes frente a lo que asimilamos como las diez plagas de Egipto del Antiguo Testamento y la Torá. Solo que en versión monotemática de «vuelve el coronavirus si es que un día se fue».

Pesimismo y angustia entre los sanitarios, sin tiempo para reponerse y de nuevo con las camas de hospitales o los centros de Salud asediados por los enfermos de covid

Profesores pendientes de un caso entre sus alumnos o colegas mientras calculan cuánto de lo que prepararon como docencia curricular terminará en la papelera por ajustes de contenido del programa didáctico.

Cientos de miles de trabajadores asomados a una nueva prolongación de su ERTE con miedo a que la empresa sea un zombi que se terminará de descomponer cuando caigan las ayudas.

Pequeños empresarios y autónomos encaminados al cierre de sus negocios cuando se les retire el respirador artificial de las subvenciones y exenciones estatales o autonómicas. El único aliento positivo, la implicación del ministerio de Trabajo y sus réplicas autonómicas con los agentes sociales.

Esta estación no trae ese paisaje ocre de caída de la hoja. Más bien, el derribo de árboles con un fondo oscuro, frío.

Un escenario al que contribuye la bronca política y los enfrentamientos de lanzallamas entre Gobiernos de distinto signo. Políticos que, lejos de unirse frente a la desgracia que existe y a la que está por venir en todos los ámbitos, se enzarzan en peleas por la Corona, la Justicia o Cataluña. Lo perentorio, sin embargo, para quienes les votaron es curarse o no enfermar y comer. En este otoño quemado.