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Murcia, 9 y 10 de abril: mala racha

Murcia, 9 y 10 de abril

Siempre creyó haber tenido mala suerte. Desde niña había intuido que algo pasaba con su vida, porque no recuerda acontecimiento alguno que estuviese predestinado para ella. Cuando en el colegio sorteaban aquellos globos del Domund su número no debía de estar en el cubo entre aquellos papelitos que habían sido depositados para el sorteo. Las escasas veces que fue al circo con su padre y compraban tiras para la rifa de una muñeca volvía a casa con los números en la mano? junto a la desilusión por no haberse ni aproximado a los premiados. A algunas de sus amigas les permitían tener mascotas y a ella los perros le causaban un miedo horrible desde cuando aquel bicho callejero se le quedó clavado en su chaqueta y tuvo que huir despavorida hacia su casa. Tampoco le fue bien con el gato de su abuela, porque siendo tan cariñoso como decían que era a ella le arañó una vez al querer cogerlo. Estaba visto que no le salía casi nada bien.

No tuvo fortuna con los amores. Aquel primer chico que le respondió que sí a su invitación a venir a casa para hacer los deberes, en realidad, lo que menos le interesaba era eso. Lo que quería es estar más cerca de su hermana mayor. No supo por qué el segundo aceptó ir al cine con ella hasta que descubrió que era para provocarle celos a una de sus amigas. Hubo hasta un tercero, pero mejor no recordar esa primera experiencia de tocarse juntos, porque no sintió nada. Bueno, sí, dolor y asco? y a él le daba todo igual. Desde ese momento se dijo que los únicos idilios reservados para ella eran los que podía vivir en los sueños tras leer una novela romántica, acabar con lágrimas una historia en el cine o imaginar qué acontecimientos podían esconder los personajes en aquellos cuadros del museo de su ciudad que visitaba todos los sábados por la mañana.

Casi sin darse cuenta pasó su juventud completamente sola. La universidad, su primer trabajo, el segundo, el tercero? sin vínculos. Y empezó con los síntomas. Dolor en el pecho, falta de aire, sensación de angustia, sudoración excesiva? un malestar generalizado que solo podía controlar en su pequeño piso desde donde intentaba proteger su vida. Le propuso a su empresa poder trabajar un par de días a la semana desde su casa. Esas dos jornadas se fueron ampliando a tres, a cuatro? hasta llegar a toda la semana y así ya no tuvo que ir a la oficina, excepto una vez al mes a firmar la nómina. Luego, ni para eso. Imaginar que tenía que salir a la calle le provocaba tal ataque de pánico y ansiedad que apartaba esa idea de su mente al instante. Esa misma reacción era la que sufría cuando decidía salir al supermercado. Hasta que optó por la compra en línea, la banca en línea, el canal de series en línea, las conversaciones con su familia en línea? En fin, la vida entera en línea.

No supo cómo, ni el porqué. Pero llegó a ella también en línea. Descubrió que podía pedir ayuda a través de una cita virtual. Así descubrió a quien se convertiría en su terapeuta particular. Una persona en quien confiar, su confesora, su herramienta en la que apoyarse. Con la que empezó a elaborar sus primeras listas de los pasos a dar. Fue capaz de visualizar sus sensaciones de miedo, los pensamientos de todas las cosas terribles que podían ocurrirle y, lo más importante, los comportamientos o conductas que trataban de evitar esas cosas. Ordenó la lista y programó sus primeros pasos. Llegó a entender que la única forma de empezar a actuar es cambiando la conducta, para luego ir cambiando las sensaciones y los pensamientos. Fijó su primer día en el calendario terapéutico. Y cuando se disponía a cumplir su compromiso se dio cuenta de que era sábado, 14 de marzo, primer día de confinamiento. Maldita mala suerte. Maldita pandemia.

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