CONFINAMIENTO. 1. m. Acción y efecto de confinar. 2. m. Der. Pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar distinto al de su domicilio. CONFINAR. De confín. 1. tr. Desterrar a alguien, señalándole una residencia obligatoria. 2. tr. Recluir algo o a alguien dentro de límites. U. t. c. prnl. 3. intr. Lindar (? estar contiguo). CONFINIS-E: Limítrofe, fronterizo, confinante, vecinoCONFINAMIENTO

No todas las ventanas se abren cada día a las 20 horas. Un porcentaje importante de nuestro vecindario está cerrado. Muchos pisos son de estudiantes universitarios, que se fueron a penas se decretó la suspensión de las clases. Otros pisos están desocupados desde hace tiempo. Suponemos que algún que otro vecino hizo de la segunda vivienda un refugio ante la epidemia. De los que quedamos, algunos salimos cada noche a aplaudir. Se ha comentado mucho el fenómeno de rutina que invoca este aplauso, una rutina de reconocimiento y de acompañamiento. Un saludo, cuyo principal destinatario es el personal sanitario y todos los trabajadores esenciales, pero que se extiende casa a casa, calle a calle. No cuesta nada salir al balcón, abrir la ventana, hacer unas palmas, escucharnos. Suena una carraca. Algunos dan vítores. Como cierre, el I will survive. A las 20:01 todos a casa, con un nuevo impulso para terminar el día. Cena, película. Un día menos.

Decía que de los que quedamos en el vecindario algunos salimos a aplaudir. Nuestra casa mira a dos calles y somos dos, así que cada uno ocupa un flanco. Mientras aplaudo y escucho, observo a los vecinos que nunca lo han hecho. Permanecen en sus cosas, sentados en el sofá, algunos con niños alrededor, que no dejan de jugar, pintar, delante de la tele, desmotivados para unirse a nosotras, la septagenaria del 2º piso del número 4 y la cuarentona del 4º del número 5. Así, cada noche la señora sale con su bata fucsia y dice «qué poquitos somos aquí» y yo le sonrío, diciendo para mis adentros «menos mal que el callejón hace efecto eco y parecemos más».

Al otro lado la cosa está más animada. Es allí donde se oyen los viva la sanidad pública y a Gloria Gaynor. Algunos de los vecinos del bloque de enfrente, que habían permanecido tras las cortinas los últimos veinte años, saludan entusiasmados, agitando los brazos. Cómo vamos a saltarnos esta cita diaria, a estas alturas, que nos hemos visto haciendo el fitness con el tutorial de Youtube, con y sin bebé, y el running circular en la terraza; limpiando los cristales y cambiando los cuadros de lugar, y ya van varias veces; cantando los temas de oposición, o por el estilo; cocinando, con y sin pijama; tomando el sol, con y sin pijama; y golpeando sartenes y cacerolas un miércoles cualquiera que acabó siendo más republicano de lo previsto.

Seguramente en pocos meses más los vecinos echarán las cortinas de nuevo y dejaremos de vernos. La casa ya no marcará nuestros límites de movilidad y actividad y ocuparemos las calles, para ir y venir, de trabajar, de comprar, de tomar un café, de visitar a los abuelos, de pasear, de todo lo que amplía nuestra vida. Puede que olvidemos pronto quiénes son los trabajadores esenciales. No al personal sanitario, que siempre ha estado bien posicionado en cuanto a estima ciudadana, aunque hayamos dificultado su trabajo permitiendo Gobiernos austericidas y/o corruptos. Me refiero a las cajeras, los reponedores, los jornaleros, los transportistas, los basureros y tantos otros trabajadores que hacen posible lo cotidiano.

Una cotidianidad de la que intentamos escapar constantemente y creemos hacerlo minusvalorando todo lo que nos remite a ella. Ahora, sin embargo, queremos recuperarla cuanto antes, convertida en reducto de un tiempo seguro, sin virus, sin ERTEs. No sé qué huella emocional nos dejará todo lo que hemos sentido en estos días de confinamiento. No estoy tampoco muy segura sobre qué de bueno y qué de malo ha sacado esta crisis de nosotros, ni con qué ánimos afrontaremos el anunciado e inminente desastre económico. Tal vez un día, de repente, todo vuelva a ser como antes, aunque también es posible que tengamos que guardarlo en la memoria hasta dejar de echarlo de menos.

Hoy tampoco aplaudieron los vecinos que nunca han aplaudido, aunque, como novedad, el del edificio del fondo a la izquierda salió a escucharnos. Apoyado en el alféizar se fumó un cigarro.