Casi dos semanas en estado de alerta. Sólo nos faltaba la lluvia. No la que esponja la tierra y lava el aire, sino esa lluvia nuestra que quiebra el cielo y empapa el alma. Esa lluvia que visita este rincón con demasiada frecuencia y arrasa lo que se le ponga por delante en algunos de nuestros pueblos. Esa lluvia.

Ya somos veteranos de la cuarentena y la constatación de que esto se alarga se percibe en el ánimo de la gente. El confinamiento ha dejado de ser una novedad y empiezan a tambalearse algunas certezas. Me parece que hay menos música y menos juegos en los balcones. Seguimos aplaudiendo, claro; no podemos permitirnos fallar ahí. Pero hay menos ganas de broma.

Noticias de otras partes. El virus corre al galope en mi pequeña ciudad castellana. Vuela en la ciudad donde estudié. Repta, veloz como un escalofrío, por la espalda de mi querida Madrid. Empieza a rondar a amigos y conocidos. Es inevitable sentir su aliento cerca, sus uñas cazando el aire cerca de gente a la que quieres. Los días empiezan a parecerse demasiado a sí mismos. No termina de llegar el día que no sea el peor día.

En la jefatura se sigue trabajando con intensidad. Hay que planificar el servicio teniendo en cuenta plazos más largos, pero compruebo que estamos fuertes y con ganas de seguir plantando batalla. De seguir ahí hasta el final. Una línea tras otra, hasta el último día; hasta que entre todos volvamos a meter a empujones al monstruo en la cueva. Sin dejar de atender una llamada, sin dejar de acudir nunca donde sea necesario. Sin bajar los brazos jamás.

Escenas cotidianas. Un grupo de policías en la reunión preparatoria del servicio. Planificación, reparto de tareas, determinación de objetivos. Los asistentes se sientan muy separados. Rostros jóvenes y serios. Escuchan atentos, aprietan los labios, asienten. Las familias confinadas. Las mascarillas colgando de los cinturones.

En la calle seguimos encontrándonos con gente que no entiende cuál es la situación. Un bar abierto con seis vecinos dentro. Una partida de cartas en el parque. Oímos comentarios de personas que dicen que no se puede salir porque está la policía. Que no se puede estar fuera porque te sancionan. Confusión de causas y consecuencias.

El personal sanitario sigue peleando con el cuchillo entre los dientes. Su valentía y su determinación son un ejemplo para todos. Recibo un video en el que un grupo de estos gigantes aplauden nuestro trabajo y muestran carteles con frases de agradecimiento. Ellos dan las gracias. Ellos aplauden. Precisamente ellos.

Se ha muerto Uderzo. Ha dejado huérfanos a Asterix y a Obélix. Nos quedamos sin poción mágica cuando tanto la necesitamos.

Ciudadanos anónimos y empresarios locales nos han entregado mascarillas de fabricación propia. Algunas son muy sencillas. Elaboradas en casa por alguna mujer mayor inclinada durante horas bajo una vieja máquina de coser. Una modesta lamparita ayudando a sus ojos cansados mientras le araña horas al sueño. Recibir el fruto de ese trabajo es el mayor de los honores. Guardaré alguna de esas mascarillas siempre como un tesoro. Si ofrecieran una resistencia equivalente al cariño con el que están hechas, llevarían certificación de protección antimisiles.

El predictor de texto del teléfono delata obsesiones. Apenas intuye una c, se lanza a ofrecer la terna maldita: contagio, cuarentena, coronavirus.

La vida sigue vigente, aunque el cielo sea ahora un techo forrado de yeso. Supongo que si Lennon siguiera por aquí nos diría que ahora la vida es lo que sucede mientras te encuentras confinado.

Han desaparecido los aromas agradables de la calle a primera hora de la mañana. El café, el pan tostado, la bollería en el horno de las pastelerías. De camino al trabajo, paso junto a un grupo de palomas. Disimulan cuando me ven llegar, pero sorprendo a algunas mirándome de reojo al alejarme. Estoy seguro de que hablan de nosotros.

Ignoramos la llamada del azahar desde la huerta, nos tapamos los oídos para no escuchar la ausencia de risas en la calle, eludimos la urgencia del contacto y seguimos avanzando. Un día más en cuarentena. Un día más sin poner el peligro a nuestras familias. Un día más sosteniendo un escudo que levantamos entre todos. Un día más en la resistencia.

No ha sido fácil llegar hasta aquí. Nada es sencillo ahora. Llegará el momento de dar grandes pasos. Pero hasta entonces, ganamos terreno palmo a palmo.

Seguimos.