Si hubiera algo que celebrar por la sentencia del Supremo sobre el aeropuerto, el actual Gobierno regional no tendría derecho a invitación. Quienes se jugaron su carrera para impedir que Sacyr no solo incumpliera su contrato sino que, además, sacara provecho de su incumplimiento, no están ya en la vida política. Y no será por falta de vocación. Uno y otro, Juan Bernal y Alberto Garre, aspiraron en su momento a la presidencia de la Comunidad cuando Ramón Luis Valcárcel decidió buscarse otro nido compensatorio. El primero fue vicepresidente económico, y el segundo cubrió incluso como presidente el periodo intermedio entre la fuga de Valcárcel al Parlamento Europeo y la promoción a San Esteban de su sucesor designado, Pedro Antonio Sánchez, aun cuando en el último momento pretendiera impedirlo, pero no en favor de la continuidad de Garre.

Juan Bernal y Alberto Garre son los protagonistas principales de esta película, si bien en episodios distintos y no coordinados, pues actuaron en etapas diferentes, pero con idéntica entereza. Ambos han sido aplastados por la maquinaria del PP, partido al que sirvieron con gran eficacia, dejando un reguero de honestidad y prestigio. Que hayan sido laminados no puede ser casualidad. Son personalidades sobrantes en tiempos de apaños y oportunismos.

A Bernal le cabe el honor de haber sido el único miembro de un Gobierno popular que emitió un voto particular contra el enjuague de una intento de negociación tras el incumplimiento de la concesionaria para abrir el aeropuerto en el plazo concertado. Después de aquello, Bernal seguía apareciendo en las quinielas como aspirante a la sucesión, pero él mismo pudo comprobar que se le utilizaba como un señuelo de distracción.

Lo de Alberto Garre fue más sofisticado. Los dirigentes de Sacyr habían constatado que existía una lucha interna en el PP por la sucesión de Valcárcel y que Garre no se resignaba a ser un presidente provisional, de modo que le ofrecieron en bandeja la apertura del aeropuerto para que pudiera ponerse una medalla y presumir de que había resuelto un gravísimo problema estancado, lo que le daría puntos para su pretensión política. Garre los echó con elegancia de su despacho y los trató públicamente como mercaderes que, además de saltarse la letra y el espíritu del contrato sobre el aeropuerto y de apalancarse el préstamo de casi doscientos millones del aval que pagaba la Comunidad, aspiraban a otra millonada de recursos públicos para que la gestión aeroportuaria no les supusiera riesgo alguno a sus seguras ganancias. Querían emprender la gestión engatusando a un presidente regional en precario del que suponían que podría querer fortalecer su aspiración a la candidatura autonómica exhibiendo una fotografía al pie de un avión en Corvera. Dieron en hueso.

El pulso con la todopoderosa Sacyr, incisiva y oportunista en aquella fase de cambio interno en la nomenclatura del PP, tuvo un extraordinario mérito, pues la empresa (punta de lanza de Aeromur, la concesionaria, en la que la acompañaban más o menos testimonialmente las cajas de ahorros, CAM y Cajamurcia, vivas entonces, y otras empresas, como el Grupo Fuertes) contaba con palancas externas: el apoyo de CROEM, que urgía la apertura del aeropuerto como imprescindible infraestructura para el desarrollo económico regional, y la 'mano blanda' de Valcárcel, que en la fase última de su presidencia y después, con Garre en San Esteban, abogaba, a veces discreta o otras abiertamente, por la negociación y la solución concertada. Era obvio que Valcárcel temía que el conflicto del aeropuerto se le fuera de las manos al Gobierno y contribuyera a deslucir su candidatura al Parlamento Europeo, su salida de lujo tras tantos años de 'sacrificio' por los murcianos.

No hay que olvidar que el aeropuerto de Corvera se vendió como una apuesta personal de Valcárcel, con la que justificó la ruptura de su promesa inicial de permanecer solo dos legislaturas en la presidencia de la Comunidad. El ingenio para continuar en ella se facturó con el 'pacto del Audi': en una visita de Aznar para algún mitin, Valcárcel fue a recogerlo en el aeropuerto de Alicante, y lo 'amenazó' durante el trayecto hasta Murcia con marcharse si el Gobierno central no autorizaba un aeropuerto regional. Supuestamente, Aznar ofreció todas las garantías a Valcárcel, y éste volvió a presentarse por tercera vez a la presidencia, aunque inmediatamente después los sucesivos ministros de Fomento y de Defensa de Aznar, Cascos y Trillo, pusieron todas sus energías en apoyar el aeropuerto de San Javier (incluso con la financiación de una segunda pista), lo que constituía un boicot explícito al proyecto del Gobierno regional. Se añadía a esto la resistencia de la empresa pública Aena para hacerse cargo de la gestión de Corvera, que habría de competir con el pujante aeropuerto de El Altet. Es decir, el 'pacto del Audi' resultó una chapuza de la que solo obtuvo ventaja Valcárcel para justificar, al olor de las encuestas, su continuidad en la presidencia.

Pero si la construcción de un aeropuerto regional supuso para él un plus en el momento inicial, cuando el proyecto se convirtió en una pesadilla, justo al concluir las obras, temió que le alcanzaran las consecuencias políticas de un escándalo que le cerrara las puertas de Bruselas, de manera que abogó en todo momento para que Sacyr abriera el aeropuerto en las condiciones que la empresa pretendía. Pero topó primero con la negativa de su vicepresidente económico a dejarse doblar el brazo, y más tarde con la de su improvisado sucesor, Garre, uno de los políticos más estrictos con la legislación. De hecho, Valcárcel, que lo conoce bien de tantos años de trayectoria política en su compañía, solía decir que «Garre tiene más vocación parlamentaria que ejecutiva, pues es un hombre de leyes». No lo sabía bien. Tanto es así que no hay acto público en el que haya participado Garre en el que no hiciera mención a artículos de la Constitución o de diversas leyes, como si en vez de ante auditorios de militantes estuviera frente a tribunales de Justicia ejerciendo el papel de abogado.

Sacyr se sentía legitimado a presionar al Gobierno regional porque en su contrato constaba la previsión de cinco millones de usuarios anuales del aeropuerto, y era obvio que Valcárcel no había hecho el trabajo colateral, es decir, promover una Marina D'Or de más pretendido postín en el paraje natural de Cabo Cope (proyecto que tumbó el Tribunal Constitucional) y del que solo quedó una autopista de pago (Cartagena-Vera) paralela a una autovía gratis total, que habría de llevar a los viajeros que desembarcaran en Corvera a la costa lorquinoaguileña, por la que hoy no transita absolutamente nadie, pero que sin embargo pagamos los contribuyentes después de que el Gobierno de Rajoy procediera a su rescate con el dinero del Estado. Pues bien, dado que Cabo Cope no pudo ser urbanizado, es decir, depredado, el Gobierno anunció el proyecto fantasma del Parque Paramount, uno de sus más extraordinarios tocomochos, del que solo ha quedado el testimonio de la foto de Valcárcel esgrimiendo una paleta de albañil para enterrar la primera y única piedra.

Si quedaba algún atractivo potente para llenar los aviones de turistas, tantos años de consentimiento a la agricultura tóxica y al urbanismo desmadrado han acabado colapsando el Mar Menor como reclamo turístico, y hasta el propio presidente de la Comunidad advierte ahora sobre una próxima emergencia de otra 'sopa verde' porque, según dice, el Gobierno central no pone freno a los vertidos de nitratos, si bien él tampoco muestra interés en evitar que se generen, pues ha establecido una barrera de tan solo quinientos metros para la evitación de esos cultivos al límite de la costa.

El aeropuerto, según el portavoz fáctico del Gobierno, Javier Celdrán, es sin embargo un éxito, tal vez porque introduce en las estadísticas la recepción masiva de aviones con destino inicial a El Altet que éste desvió a Corvera cuando se produjo un incendio en sus instalaciones. Tal vez el aeropuerto no chute del todo porque a los turistas new cost les salga más caro el taxi de Corvera a La Manga que el propio vuelo a Corvera desde Manchester (United o City). Llaman también la atención las quejas del Gobierno por el retraso en la llegada del Ave cuando el aeropuerto internacional debería suplir con solvencia el retraso de esa infraestructura. Si tenemos este gran aeropuerto internacional ¿cómo es que las inversiones no crecen por la falta de un Ave?

En fin, no está claro que la Comunidad pueda recuperar los doscientos millones del aval a Sacyr, pues Aeromur se ha convertido oportunamente en una empresa insolvente, pero aunque solo recibiéramos la satisfacción moral por la sentencia del Supremo, el reconocimiento habría que trasladarlo a dos políticos que no por casualidad ya no están en ejercicio: Juan Bernal y Alberto Garre. En su día se negaron a pastelear a sabiendas de lo que esto suponía para sus respectivos estatus en las instituciones y en el partido, gracias a lo cual los servicios jurídicos de la Comunidad han podido defender hasta hoy los intereses de la Región frente a conveniencias políticas particulares en los momentos duros de este proceso.

La breve historia del aeropuerto regional es el símbolo de un delirio que todavía se prolonga. La sentencia del Supremo es tan solo un leve alivio moral. Pero con el Gobierno hay nada que celebrar.