Han pasado unos pocos años, y, recientemente y de sopetón, la editorial Planeta ha trincado el Círculo de Lectores que intentó reflotar y salvar, y que durante tantas décadas de historia prestó un servicio inestimable de vulgarización de la lectura, y, por lo tanto, de la Cultura, con C mayúscula. Y cuando digo lo de vulgarización no me lo confundan con vulgar, si no con lo de extender, que nada de vulgar tiene el llevar esa cultura puerta a puerta y a domicilio de cada persona amiga de los libros. No ha sido suficiente. El cierre viene acompañado en el tiempo del último informe Pisa, en que su ya repetitivo aviso de déficit de comprensión lectora con respecto a nuestros estudiantes, este año nos han puesto un par de banderillas de alarma extrema a tal respecto. No hay pues que buscar excusas al fracaso del Círculo en las manidas explicaciones del auge de los libros digitales, que es verdad pero no la verdad. No. En este país existe un déficit cultural congénito y cabalgante, que hace que la gente no lea. Y punto pelota. Y eso es un estrepitoso fracaso de nuestros sistemas educativos y entidades municipales culturales, ya de paso, que confunden cultura con folklore.

Una de las cosas que le aconsejé transmitiera a aquel consultor fue que el Círculo debía de armar un 'cuerpo' de agentes culturales locales, comprometidos con la cultura, al margen de los comerciales, que fueran una especie de activistas culturales, que fomentaran charlas, conferencias, talleres de lectura y escritura, foros de opinión, y toda actividad cultural que el Círculo podría patrocinar. Que podría ofrecer su colaboración a los patronatos municipales, en fin. Y eso, publicidad efectiva y barata aparte, por un solo y único motivo: si el sistema educativo no mide el hábito de la lectura, del cual se mantiene el Círculo de Lectores, habrá que actual sobre las bases de tales hábitos. Si nadie riega esas plantas, no esperemos recoger fruto alguno de ellas. Hay que sembrar cultura si queremos recoger (o vivir de) la cultura. A Planeta le faltó visión. Es una poderosa editorial que acoge primeras plumas, y tiene a su servicio a prestigiosos autores, y mantiene enormes tiradas de ejemplares, y su negocio está asegurado porque sus ventas son mundiales, se producen en muchos países, pero el Círculo de Lectores es (era) otra cosa. Y solo vivía de aquí.

El Círculo se basaba en un consumo interno, nacional, concreto y doméstico. Y su clientela, entre la que me contaba, como los viejos dinosaurios, estaba formada por lectores de generaciones ya adultas y talluditas, que son (somos) los que aún conservamos el hábito de la lectura, porque las nuevas generaciones, y cuanto más nuevas peor, ya apenas leen, cada vez menos. «Poco y mal», me confiesa un profesional de la docencia y de la decencia, que no siempre van en todos los casos juntos ambos conceptos y unidos los dos, y el reconocerlo, es muestra de doble vitola.

Mi parecer personal es que al Círculo de Lectores lo hemos matado entre todos y él solico se ha muerto. Se ha muerto de inanición, casi que de asco. Y, por supuesto, de abandono. Como en la muerte de César, todos hemos aportado nuestro puñal. La empresa, por su visión mercantilista y cortoplacista, y sus ruines planteamientos. Las Administraciones nacionales, regionales, o locales, por encerrarse en estructuras folcloriculturales sin ver lo que resulta evidente. Los profesionales del ramo por adaptarse y adoptar mezquinos sistemas educacionales. Los paterfamilias por estar más en el hedonismo y consumismo que en la formación intelectual. Y todos los que cebamos este estado de cosas por nuestra propia comodidad e inmovilismo.

Pero esto es lo que tenemos, y así son las cosas. Creo que fue Benedetti quien dijo que «el pueblo que no lee es un pueblo que se suicida. Pues si eso es así, el cierre del Círculo de Lectores es como abrir la espita del gas. Aunque esto a la gente le da igual, porque al personal inculto poco le importa la cultura. Pero unos cuantos te echaremos de menos. D.E.P.