Cuando los murcianos pensamos en Murcia desde fuera tendemos a tener un cierto complejo de inferioridad infundado. Quizás motivado porque buscamos fuera el reconocimiento que ni siquiera nos otorgamos nosotros mismos.

No es necesario tener cientos de Pérez Reverte con DNI regional para valorar que de esta tierra han emergido talentos a la altura de cualquier intelectual que se precie. De hecho, la inmensa mayoría de figuras de reconocido prestigio lo son dentro del ámbito de su disciplina, pero fuera de ella apenas reciben el halago de cuantos directa o indirectamente se ven beneficiados por su talento; ya sea a nivel de curiosidad docta, o bien por el rédito económico que proporcionan sus obras.

Dentro del plantel de murcianos de prestigio no lo suficientemente reconocido, en el ámbito de la literatura hemos tenido esta semana la agridulce fortuna de recuperar la admiración por uno de los talentos que más tendríamos que haber exportado: el de Francisco Flores Arroyuelo.

La construcción del orgullo regional (sentimiento, por cierto, totalmente contrario al nacionalismo, pues se entiende como la parte imprescindible que aportamos los murcianos a la gran nación que es España), no puede entenderse sin la recopilación de nuestra Historia y tradiciones a través del arte, y pocos han sido capaces de trasladarlo de una forma tan elegante como él. Llevo conviviendo con su obra, su figura y su afecto familiar desde que nací, y no fue hasta las crónicas de estos días en prensa regional que descubrí que no es murciano de nacimiento, sino bilbaíno. Resulta cuanto menos curioso que haya sido alguien no nacido aquí el que más haya contribuido con la palabra escrita y hablada a generar y prodigar una cultura tan propia e integradora como la nuestra.

Quizás este hecho sea el que mejor nos define como sociedad: somos una tierra de la que es fácil sentirse parte. Y personas como Francisco Flores son parte imprescindible de ello. Hace unos años Chencho Arias, nuestro diplomático más famoso, almeriense de nacimiento pero murciano de adopción, decía en una conferencia en el Real Casino de Murcia que se sentía más murciano que las marineras porque en su etapa universitaria pudo compartir amistad y vida con personas que le ayudaron a enamorarse de nuestra ciudad. Y una de ellas, y mencionada de manera expresa, era el Flores estudiante que estaba a punto de convertirse en el escritor que fue.

No creo que tenga legitimidad para hablar de cuánto pierde la Universidad de Murcia con uno de sus profesores eméritos más destacados, ni cómo la Real Academia Alfonso X El Sabio perderá a uno de los escritores que más ha hecho por defender que somos, al menos, tan culturalmente relevantes como el que más.

Pero en lo que sí tengo legitimidad para hablar es para decir cuánto le echaremos de menos los que hemos tenido la suerte de poder llamarle familia. No recuerdo mi vida sin su presencia en todo momento relevante que se precie, y no creo que sea fácil que nos acostumbremos sólo a recordarle. Pero pese a ello, desde luego, lo haremos.

Descansa en paz, tío Paco.