Los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas son una noticia tan cotidiana que, a menos que se salgan del patrón habitual, apenas conmueven a la opinión pública. El imaginario popular está repleto de ejemplos en los que la violencia machista es normalizada, en los que esa violencia es tan normal que se vuelve invisible. Los transmisores culturales alimentan estas ideas que son convertidas en un mantra repetido sin que seamos capaces de reparar en los mensajes que contienen.

Traigo aquí una canción de Joan Báez que yo escuchaba y cantaba con verdadera pasión cuando era adolescente, El preso número 9:

Al preso número nueve

Ya lo van a confesar

Está rezando en la celda

Con el cura del penal

Porque antes de amanecer

La vida le han de quitar

Porque mató a su mujer

Y a un amigo desleal

Dice así al confesor:

Los maté, sí señor

Y si vuelvo a nacer

Yo los vuelvo a matar

La cantábamos a voz en cuello. Sentíamos una empatía irresistible hacia el preso número nueve que había matado a su mujer y a un amigo desleal y al que aún le parecía poco ya que pensaba seguirlos al Más Allá. Sentíamos empatía hacia un hombre que era perfectamente insensible a todo sentimiento que no fuera el suyo propio, cuya indiferencia emocional hacia la mujer y el amigo deberían habernos helado la sangre y que sin embargo, de un modo irreflexivo, nos resultaba justificada. El honor ofendido, el sentimiento de macho despojado que venga la afrenta nos resultaba normal. Esa normalidad estaba conectada con lo que vivíamos a diario.

Estaba conectada con las noticias de aquellos años en que los feminicidios ni siquiera estaban contabilizados ya que la estadística de mujeres muertas por violencia machista sólo se lleva desde el año 97. Además, no hace tanto tiempo que a la violencia machista se le llamaba 'crimen pasional', era un atenuante y no pasaba de ser simplemente un problema privado; conectada con las opiniones de nuestros mayores para quienes el honor ofendido se lavaba con sangre; conectada con las muertes de mujeres que ocurrían a nuestro alrededor, percibidas con una normalidad que ahora nos espanta.

Incluso para nuestro entonces admirado Joaquín Sabina que cantaba «nunca entiendo el móvil del crimen a menos que sea pasional», matar era lo que había que hacer cuando te arrastraban las pasiones, porque las pasiones (masculinas) se situaban por encima de cualquier apelación a la razón. Así se ha construido durante siglos la imagen del hombre, del macho, de la masculinidad patriarcal basada en el dominio, en un concepto primitivo de virilidad. Y así eran luego los hombres que las mujeres buscaban, ese era el ideal masculino, el que pone sus instintos por encima de cualquier otra cuestión, el que mata de forma irreflexiva porque eso es lo que hacen los hombres-hombres y que luego «no se arrepiente, ni le da miedo la Eternidad». Ese era uno de los modelos, válido para muchas mujeres, un hombre que ya había matado y que no se había arrepentido porque sabía que allá en el Cielo el Ser Supremo le había de juzgar (y está claro que perdonar, porque el Ser Supremo también es hombre) y a quien la justicia humana le traía sin cuidado. Y si ya había matado sin arrepentirse, ¿qué le impediría volver a hacerlo frente a cualquier otro arrebato pasional? Otelo siempre ha resultado arrebatador en su violencia irreflexiva, nadie piensa en el destino de Desdémona.

Hay un machismo por coacción, en el que las mujeres no podían, por ejemplo, abrir una cuenta o viajar sin el consentimiento del marido, y un machismo por consentimiento, del que esta canción y los sentimientos que suscita serían un ejemplo, en el que un hombre violento e insensible resulta atractivo, algo que nos enseñaban el entorno y la educación y que era refrendado por los transmisores culturales.

Hemos necesitado varias décadas de feminismo para poder leer correctamente estos mensajes, para constatar de cuántas formas variadas, groseras o sutiles, el machismo está instalado en la médula de nuestra sociedad y de nuestro pensamiento, no sólo en los hombres, también en nosotras. Y sigue siendo imprescindible continuar con este tipo de reflexiones porque, por mucho que hayamos evolucionado, se siguen generando mensajes machistas a través de canciones, vídeos, anuncios, películas, redes sociales y qué difícil resulta a veces percibirlos porque el bosque del patriarcado en el que vivimos no nos permite ver los árboles del machismo a través de los que se expresa.