Hagamos un ejercicio de imaginación. ¿Qué resultaría de un mundo en el que no se teorizara tanto y en el que se hiciera simplemente, se experimentara, se errara y se volviera a hacer desde lo aprendido?

Probablemente algunas cosas estarían mucho mejor, y también es probable que otras no, pero esto sería hacer cultura: dejar que la expresión de la persona y de los territorios sucediera mediante el experimento de narrar nuestros presentes y de construir, juntos, el discurso social.

«¿Realmente existe una escena cultural emergente en la región?», preguntaba el pasado 23 de abril el periodista Rodrigo Terrasa mientras hacía una cartografía de lo cultural en Murcia para el diario El Mundo. Resulta un hecho, es evidente que sí, igual que él señalaba el acto creador tan indómito de los últimos años en nuestra región, también hay que resaltar otros movimientos que forman parte de la cultura y que, aunque en esencia no parezcan estar tan relacionados con lo creativo, nacen del mismo acto sincero.

Las cifras nos demuestran que el deseo de cultura y la necesidad de vivir la creatividad están más latentes que nunca. Cada día necesitamos expresar más, prueba de ello son las redes sociales, algo que nos está sobrepasando, por cierto. Pero volvamos, pensemos. Aquello que consideramos cultura no es solo entretenimiento, que también, sino algo mayor de lo que no se puede prescindir: una imaginación moral, construcción de valores, conocimiento que se transforma en experiencia sabia, memoria y compromiso ético con la vida, en definitiva, es hacer de nuestra existencia algo más amable. Y ello no sólo se consigue consumiendo cultura, además, se trata de hacerla, hay que hacer cultura.

Vivimos tiempos confusos, las ciudades evolucionan tan veloces que apenas podemos adaptarnos, con conciencia, a esas mutaciones, y la pérdida peor es la humana: la gran desconexión que vivimos con nosotros mismos y con los demás. Hoy, la persona, abrumada por tanto y lo urgente, no puede sentir si está o no en su razón de ser o en ese ordo amoris como bien lo define Zambrano. Y para ayudarnos, sólo la democracia cultural y social, aquella que significa saber entenderse con el igual, puede afrontar las verdaderas causas de la pérdida de los derechos sociales, de la precariedad laboral o de la gran degradación que sufre el planeta. Causas que ya son responsabilidad nuestra en primera persona. Es importante interiorizar esta idea.

¿Por qué hablo de cultura y de problemas sociales y de seres humanos desconectados? Porque cultura es esto, es seguir imaginando juntos, desde los espacios culturales, todo cuanto está por mejorar. Se trata de seguir proponiendo desde la verdad que escondemos, de ampliar las voces y de incluir a toda la sociedad en los asuntos de la ciudadanía, porque el verdadero diálogo es aquel que se da entre quienes no se entienden en los principios.

Estamos llamados a comprender que en este momento social, medio ambiental y humano, no hay otra alternativa que intentarlo, intentarlo y volverlo a intentar. El político y escritor André Malraux decía que la cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento que han permitido al hombre ser. Y añado a esa suma el experimento, porque hay que hacer cultura, o por lo menos, debemos intentarlo.