Lector que sigues con cierta regularidad estas letras, o tal vez las hayas leído alguna vez por simple curiosidad, o quizá por matar el aburrimiento mientras esperas tu desayuno en una cafetería, sabe que este artículo lleva una especial dedicatoria para ti. Es Navidad y a nadie pasa indiferente. Si eres cristiano, celebras con especial afecto el nacimiento de Jesús, posiblemente pongas un belén en un rincón entrañable de tu hogar con figuras de estilo napolitano, a la manera de Salzillo, de rostros caucásicos y maneras corteses, o de cetrinos perfiles de raza semita. Al lado hay un árbol navideño de perenne follaje, adornado con cintas, esferas de vivos colores, luces de pautadas intermitencias y una estrella que corona su copa; puede ser que espere a San Nicolás, que siempre zarpa de la cercana Alicante.

Acaso una espiritualidad distinta te llena de paz en estos días, solsticio de invierno, de paganas y remotas celebraciones siguiendo los ritmos telúricos o las alineaciones siderales. Puede ser que no creas en dios alguno ni en espíritus manes o que estas fechas te traigan recuerdos ingratos, quizá dolorosos por seres perdidos. Las luces de los comercios y los sones campaniles te molestan porque ves en ellas una fiesta mercantil para el nuevo dios don dinero en la liturgia del consumo que asalta nuestras calles.

Sea como fuere, te has detenido un instante para dar vida a estas letras, que estarían muertas sin ti. Hemos discutido a veces, pues estas páginas invitan al debate desde el título de su cabecera; en otras, te has detenido en una frase para paladearla un instante. No contaremos las que dejaste a medio, o directamente sin leer, por premura o por hastío. Mas quiero pensar que las veces que nos hemos encontrado, nunca has sido indiferente, pues seguro que hemos hallado lugares de encuentro. ¿Has jugado alguna vez con un gato? Si mueves tus manos delante de él, siempre responderá con los mismos gestos, moverá la cabeza de la misma manera para estar siempre atento a tu mano. De semejante manera, nuestra mente tiene lugares comunes para estímulos idénticos. Le llamemos Navidad, las Saturnales, o solsticio de invierno, es imposible no acordarse de otros pasados junto a aquellos a quienes queremos o a quienes quisimos y ya no están.

Tengo para mí que no abres estas páginas buscando crónicas deportivas, ni ecos de sociedad, recetas reconstituyentes ni modas impostadas en pasarelas de turgentes y andróginas formas. Ni vienes a leer a quien habla de clásicos, de dilemas jurídicos o de reyertas políticas por casualidad, porque hayas confundido el color de la portada por otra de balompédicas gestas. Te supongo persona leída y atenta a sugerencias, pues no estás entretenido en pintarme bigotes, ni borlas a mi sombrero. Por eso quiero hablarte del recuerdo. Sabrás, si no lo sabías ya, que acordarse de alguien es traerlo al corazón, pues mucho antes de que nuestra lengua existiera, se tenía la creencia de que el órgano de pensar no era el cerebro. De manera que cuerdo es quien se comporta conforme al corazón, de la manera correcta, y recordar es pasar por el corazón. Tal vez cuando desterramos la lógica de aquel órgano y la apartamos de los sentimientos a veces incordiantes, empezamos la decadencia de nuestra civilización. ¡Y qué si no es así! Porque seguro que en estos días es en el corazón donde quieres tener a algunas personas a las que recuerdas o con las que quieres acordar, es decir, juntar los corazones.

¡Ya estamos! puedes decir, con los cordiales de Navidad, paz y amor, todo el mundo es bueno, ¡puro engaño! podrás decir. Está bien, detén tu lectura, sitúate en otro momento y en otro lugar. Navidad del año 14 en los campos de Francia, en la Primera Guerra Mundial. Alemanes y británicos improvisaron una tregua y sus ejércitos confraternizaron durante la Nochebuena y el día posterior. Los altos mandos juraron no repetirlo, pues perturbaba el espíritu marcial. Lo que no había conseguido la llamada marxista a la solidaridad obrera en la guerra franco-prusiana, lo iba a conseguir una fe común. El señor es mi pastor, nada me falta? fue el salmo que leyeron ambos ejércitos para enterrar a sus muertos en tierra de nadie.

Tantas guerras de religión a lo largo de la Historia para venir a detener las hostilidades celebrando el nacimiento de un Dios que seguramente no sucedió en diciembre. Si había pastores durmiendo al raso, difícilmente pudo Jesús nacer en invierno, pero la Iglesia de Roma, que no da puntada sin hilo, prefirió reconvertir la fiesta pagana del sol invictus en la de un Dios que habría de vencer a la muerte. Y reconvirtió la celebración que ponía fin a la saturnalia. Y ahora dime si estas curiosidades no merecen un cordial, sea el dulce de almendras relleno de cabello de ángel o el licor meloso en un vaso de tapón.

A ti va dedicado este agradecimiento por avivar estas letras, por detenerte a alzar tu copa por una Navidad entrañable. Aguarda, apelo a otra acepción del recuerdo, que es el despertar. Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte? decía Jorge Manrique. Guarda un lugar en tu corazón para el abrazo de aquella persona que te espera o que vas a encontrar. Cuando la veas, acuerda con ella esa tregua que llevabas tiempo buscando y avivarás tu alma con el recuerdo; feliz ocasión para una cordial celebración, ese es mi deseo para ti en estos días, amable lector.