España nunca ha tenido un Estado. No, al menos, en el sentido francés, en el que surge después de la Revolución de 1789. Un Estado en el que la soberanía resida en los ciudadanos, iguales y libres, y no ya en los territorios, claustros de privilegios caciquiles y feudales, o en el espadón de turno. Frente a quienes sostienen que España sólo es un Estado poblado de nacionzuchas de baja estofa, visión que defienden los usufructuarios del poder en esas tribus, la tragedia de España ha sido siempre su incapacidad para dotarse de un Estado. La verdadera nación sin Estado es España.

Ni siquiera Franco, con su ejército vencedor ocupando el país durante cuarenta años, se sustrajo a la necesidad de pagar favores a los requetés, y mantuvo la excepcionalidad foral en Álava y Navarra, además de beneficiar, como siempre, a vascos y catalanes. Cosas que hoy se ignoran, ocultas bajo las mentiras del nacionalismo, porque hoy ya se ignora todo, gracias, precisamente, a un sistema de enseñanza absurdo y desguazado, concebido para servir a la analfabetización de los españoles sobre su propio país y el beneficio de las castas regionales.

Ahora parece que se abre un debate sobre la necesidad de recuperar para el Estado las competencias educativas. A lo que se opone la delirante izquierda española, que debería ser la que impulsara esa recuperación. Es de pura lógica que a Podemos, como fuerza leninista, el desguace del Estado le resulte conveniente, pues la estrategia es que sólo sobre la destrucción pueden edificarse el hombre nuevo y el Estado totalitario que lo imponga. Pero que el PSOE, heredero, se pretende, del progresismo jacobino español, haya renunciado a instaurar lo más progresista que hemos intentado históricamente los españoles, el Estado que nos garantice la libertad y la igualdad, es un desvarío que sólo se entiende por la catadura moral y el nivel intelectual de los máximos dirigentes del socialismo en este siglo desdichado.

Hace veintiocho años, desde que hacíamos en Diario 16 los Cuadernos de Educación, que denuncio la espantosa ley que fue y es la LOGSE. Y ya no creo en nada ni en nadie. Casi un tercio de siglo y no ha habido quien se enfrentara de verdad a ese engendro, que no sólo ha hundido el nivel de instrucción de nuestros jóvenes, sino que ha sido el instrumento esencial para la ruptura sentimental de España, para el adoctrinamiento y la entronización de la falsedad histórica y lingüística, y la tribalización de la cultura. Fue esa ley socialista la que entregó hasta el 45% de los programas a las autonomías desleales. Y a partir de ahí, el delirio, que, además, avanza.

Las soluciones existen, y son relativamente sencillas, aunque pasan por un imposible: el acuerdo entre el PSOE y la derecha para rehacer una situación que nos lleva, sin remedio, a la desmembración de España, si es que no estamos ya en ella. Se trata, en primer lugar, de derogar la LOGSE, pero de verdad (lo que quiere 'Fake Sánchez' es lo contrario, empeorarla). Eliminar la cesión de los programas a las autonomías. Y recuperar la condición nacional de los cuerpos de profesores: oposiciones únicas e iguales para todos sin trabas lingüísticas.

La única lengua oficial de España es el español y la oficializó, por primera vez, la República. Otra cosa es que las lenguas vernáculas se puedan usar libremente, pero nunca a la fuerza. Traslados únicos y nacionales: que un español pueda volver a ejercer su profesión en España. Que volvamos a mezclarnos, que salgamos del aldeanismo autonómico. Y selectividad y reválidas iguales para todos. Como en Francia: el mismo día y a la misma hora. Y en veinte años, el separatismo habría vuelto a su nivel natural: cuatro y Puigdemont en Bruselas.