Hay en la industria musical una leyenda negra llamada 'la maldición del tercer disco'. Se refiere a un proceso, al parecer muy común, que sucede con las bandas de pop y rock: un grupo joven lanza un primer elepé, original y efectivo, que alcanza cierto éxito inesperado de público y levanta expectación, así como el interés de las multinacionales. Estas producen y publicitan a todo trapo el segundo, que es el que lo peta: gira por el mundo, contrato de cinco ceros, hoteles de lujo y noches largas. La credibilidad callejera del grupo se va diluyendo con cada aparición televisiva y la sobreexposición hace brotar las primeras críticas. Una web especializada publica que el batería no se habla con la bajista. Una bronca con un periodista acaba en denuncia. Se cancela un bolo por incomparecencia del guitarra, etc.

En ese contexto, llega la prueba: el tercer disco. Lo más común, dicen los zorros viejos del showbiz, es cagarla. Egos creciditos del tamaño de portaaviones tienen que volver a ponerse a componer en equipo, pero ya no se llevan tan bien. El nuevo ritmo de vida de la banda no se parece ya al de sus fans. Y siempre está la tentación de romper y emprender carreras en solitario, como hicieron los Pixies, o Mecano, o las Spice Girls. Aparecen nuevos sonidos que se venden como 'lo último' y hacen obsoleto al de nuestra banda, que como os podéis imaginar a estas alturas no es más que una alegoría que voy a usar para hablar de las izquierdas y la prueba que tienen por delante hasta las autonómicas y municipales de dentro de unos meses.

Por supuesto que es posible pasar la prueba. Contra todo el pesimismo y la desmovilización, contra una hostilidad mediática machacona que ha conseguido extender sus clichés (y es que a nosotros, los izquierdistas, hasta las máquinas de tabaco nos llaman 'populistas' después del reglamentario 'su tabaco, gracias'), contra los propios y abundantes errores y contra el momento dulce que vive la banda de los don Pelayos ( Casado, Rivera y Abascal) con su estilo Imperio, se puede. Y cuando digo que se puede tal vez no me estoy refiriendo a asaltar los cielos, pero sí a reunir a la banda una vez más y salir a la carretera con la cabeza bien alta. Los chicos de Adelante Andalucía ya llevan meses tocando y parece que van a lograr auparse hasta el 20% del voto, para gran sorpresa de las máquinas de tabaco a lo largo y lo ancho de esa Comunidad.

Lo que diferencia a un gran grupo de otro simplemente famoso tal vez sea ese compromiso, esa fe en la propia música que hay que tener para reunir a la banda en medio de la desesperanza y la desconfianza mutua, la frialdad de parte de tus seguidores y el escepticismo de la crítica. Pero esa música, urbana y plebeya y rural y de clase, con su mensaje de igualdad y de justicia social, de libertades, seguridad, futuro y cuidados, sigue siendo necesaria y nadie más la toca en el país. Que me aspen si no vamos a volver a la carretera a llevarla a donde haga falta, si no vamos a poner en práctica todo lo aprendido estos años, si no vamos a cuidarnos de la hipertrofia de los egos y las tentaciones cainitas que nos han puesto en riesgo en el pasado.

Se cumple este año, por cierto, el vigésimo aniversario del tercer y mejor disco de Los Planetas, Una semana en el motor de un autobús. No sé si habéis leído el libro de Nando Cruz sobre su composición y grabación; si no, os puedo resumir: más difícil lo tenían los granadinos entonces que Unidos Podemos ahora. Y fíjate.