El próximo martes, Pilar Barreiro vuelve a donde solía, a su escaño original en el Grupo Parlamentario Popular del Senado. En la firma de readmisión estará presente Pablo Casado. El nuevo líder popular la felicitó por teléfono el jueves de la pasada semana, casi al instante de que la exalcaldesa de Cartagena recogiera personalmente en el Tribunal Supremo la notificación del auto de archivo de su imputación en el caso Púnica. «Quiero acompañarte en la firma de tu vuelta al Grupo», le dijo Casado.

No es el único que ha marcado su número a lo largo de esta semana. «Me han llamado todos: los de antes y los de ahora; los de mi partido y muchos que no son de mi partido». Está abrumada, aunque contiene las emociones. Sólo a veces puedo observarle un brillo acuoso en sus ojos, y siempre en los casos en que refiere la avalancha de apoyos que le han prestado estos días. El archivo de su causa lo ha vivido como un cumpleaños feliz, en el que ha apreciado quiénes son amigos y, por lo que se deduce de lo que dice, tiene muchos.

Quedamos el otro día a almorzar en El Continental Bistró. Hacía unos cinco años que no la veía personalmente, cuando todavía era alcaldesa. Está en señora, tranquila, relajada y sorprendentemente sin las ojeras que en aquella última ocasión le observé. Lleva sus sesenta y pico años mejor que nadie. «Los conflictos de la vida te hacen madurar como no te puedes ni imaginar», me informa. Y consecuencia de esa madurez son algunas otras perlas, como ésta: «No pierdo el tiempo en odiar a nadie, ni siquiera a quienes han intentado hacerme daño».

Me lo creo, porque cuando indago en personas y circunstancias no percibo que su cara se endurezca y hasta se hace la ingenua: «Ah, ¿tú crees que es así? Nunca me lo había planteado», y en ese plan. Sólo se desestructura un poco en la parte positiva, su emoción se revela en el capítulo del cariño y del reconocimiento. «Me gustaría seguir en el escaño número 300, del Grupo Mixto, porque era el que ocupó Rita Barberá, con quien conviví un tiempo en una situación compartida, y por eso lo elegí. Pero me han dicho que no es posible, que a partir de la semana que viene debo sentarme con los de mi partido».

Puestos reservados. Antes de venir a nuestro encuentro, sus hijos le habían advertido: «No te metas con nadie, que tienes enemigos muy poderosos». Buen consejo para una madre, pero mal disposición ante un periodista. Uno echa de menos la mala fondingui que Barreiro, en sus momentos de distensión, practicaba en sus mejores tiempos. Pero es que parece poseída por el buen rollito. En su partido vuelven a acogerla con los brazos abiertos, y hasta con inusual entusiasmo, pero no es una novedad para ella: «Me obligaron a mantener mi despacho en la misma planta que el resto de senadores del PP, y no han repuesto en mi lugar la vicepresidencia de la comisión de Energía ni las vocalías que tenía en otras comisiones, a las que ahora volveré».

Y asegura que el portavoz popular en el Senado le dijo: «Tengo un compañero dispuesto a aceptar esa responsabilidad provisionalmente hasta que te desimputen en caso de que lo necesitáramos para mantener la mayoría». Esto es lo que la conmueve. De Cospedal, que ahora está tocando fondo, asegura: «Conmigo se ha comportado maravillosamente».

No la dejaron despedirse. Para malmeter, le digo que no me creo que esa solidaridad de las cúpulas saliente y entrante del PP en Madrid se acompase de una actitud equivalente en Murcia. Y lo admite. «Llamé a Fernando [López Miras] cuando supe del archivo del Supremo para que no se enterara por la prensa. No me cogió el teléfono, porque debía estar ocupado en alguna reunión. Pero me llamó por la noche, y me dijo que se alegraba mucho». En Cartagena, todavía menos.

El presidente local del PP, Joaquín Segado, no ha tenido el detalle. Pero se lo toma con humor. Y recuerda, dice que con estupor, que los suyos le echaron la bronca por no haber sido ministra de Sanidad. «Me tantearon desde Génova por si tenía disposición al cargo, y en esos casos, aunque te desestabilice la vida, hay que decir que sí. Pero finalmente fue Ana Mato la elegida. Cuando volví a Cartagena, la culpable de no haber sido ministra era yo. Estaban enfadadísimos, porque alguien había calculado que era el momento de ponerse en mi lugar». Sin embargo, todos los intentos de retirada de la dirección del partido [del presidente Francisco Celdrán y de ella como secretaria general] generaban pánico, por lo visto. «Nosotros tirábamos, y los llevábamos a la chepa.

Les daba pánico que nos fuéramos. Pero después de las últimas municipales, decidimos que era el momento. Yo aconsejé que hicieran un congreso abierto, con ponencias, para abrir una nueva etapa con nuevas ideas. Pero escogieron la fórmula de la vía rápida: una jornada para elegir al nuevo presidente, que ya estaba designado, con toda urgencia. Y a mí ni me dejaron hablar para despedirme después de más de veinte años de ser la secretaria general. A Paco (Celdrán) le dieron cinco minutos. ´No te pases de los cinco minutos´, le dijeron. ¿Qué se creerían que íbamos a decir? Yo sólo hubiera querido dar las gracias».

Castejón. Le pregunto por la actual alcaldesa, la socialista Ana Belén Castejón. «Ah, sí, la alcaldesa. Se personó en la acusación particular de Novo Carthago. No su partido, sino ella. El PSOE no quiso hacerlo, porque había votado con el PP, y compartía la decisión. Habría sido muy raro que me denunciara el PSOE. Pero sí lo hizo Ana Belén a título particular. Y hace unos meses, en el funeral de Paco Martín [quien fuera director de La Mar de Músicas], se acercó a consolarme. Yo estaba muy conmocionada, y casi no me daba cuenta de nada. Después, algunos amigos me dijeron: ¿Cómo es que has abrazado a ésta? Lo hice porque ya soy mayor, y me da igual todo esto. Después, cuando murió José Albaladejo, que fue el fotógrafo del Ayuntamiento en mis tiempos de alcaldesa, me llamó y me dijo: ´Hola, soy Ana´. Creí que era mi hermana, que se llama Ana. Pero no, era Ana Belén. Y me informó del hecho. Me quedé muy sorprendida de tanta amabilidad». En realidad, sorprendida de que quien había pretendido llevarla a la cárcel tuviera un comportamiento tan delicado.

Noelia Arroyo. También le pregunto por la candidata de su partido a la alcaldía de Cartagena: «Me cae bien Noelia. Y me he puesto a su disposición. La ayudaré en todo lo que ella me pida». Pero añade que lo tendrá difícil si el partido no se emplea a fondo para respaldarla, cosa que intuyo que ella duda. «Yo sé lo que son unas elecciones.

Y si el partido no está al cien por cien contigo, como yo disfruté con Paco Celdrán, es muy complicado manejarse, porque la experiencia contraria también la tengo». Deduzco que se refiere a las elecciones generales en que se presentó al Congreso de los Diputados. Aunque en aquel caso el apoyo fuera más frío, el resultado, sin embargo fue espectacular, pues la alcaldesa de Cartagena ganó en todos los municipios de la Región, y en Murcia por encima de los genuinos.

Parece claro, aunque no lo pronuncia, que mantiene una gran desconfianza en el presidente local del PP, Joaquín Segado. La nueva dirección se ha distanciado absolutamente de Barreiro («debe ser que temían ser contaminados», dice entre sonrisas, «aunque no tenían la misma prevención cuando éramos Paco y yo quienes los aupábamos a ellos»).

¿Silenciar su gestión? En realidad, parece difícil que el PP intente un discurso en Cartagena que no contemple que la hermosa realidad de esa ciudad, hoy, se debe a la larga gestión de Barreiro, que tiene sus sombras, pues no es Doña Perfecta, pero sobre todo sus luces. Barreiro fue la primera, antes que Castejón y que Arroyo, en sufrir las embestidas machistas y hasta los intentos de agresión durante un pleno del precursor local de Bolsonaro, «aunque entonces los medios de comunicación no lo resaltaban», reprocha suavemente.

Se opuso con energía en muchos casos a las presiones de los poderes fácticos locales (COEC, Cámara, Autoridad Portuaria y otros etcéteras), tanto como al principio de todo a los dirigentes de su partido que creían que podían utilizarla como a una títere: «Siempre les decía lo mismo a quienes venían a imponerme lo que tenía que hacer: ´Tú haz lo que debas en tu casa, que la mía la gobierno yo´», y mantuvo a los gestores culturales heredados de la Corporación socialista (con alguna excepción en el último tramo) como prueba de su liberalidad. Renunciar a las enseñanzas de ese modelo y querer empezar desde cero, sobre todo cuando quienes la sustituyen en la dirección disponen de tan exiguo equipaje parece un suicidio. Pero ella dice que en Cartagena no quiere molestar, «sólo colaborar con quien me lo pida».

Felizmente aruinada. Barreiro aprecia el calor que le ofrecen estos días, pero tiene palabras para quienes todavía están pendientes de resolución en el caso en que ella ha obtenido el archivo: sus exjefes de gabinete y de prensa, aunque supone que el dictamen judicial que ha avalado su comportamiento les alcanzará a ellos. Mientras tanto, no disimula sus afectos.

A instancias de ella, con periodicidad mensual se reúne en un restaurante del entorno de la Plaza de las Flores con viejos camaradas: Miguel Ángel Cámara, Antonio Sánchez Carrillo, Juan Carlos Ruiz, Fidel Saura, Benito Mercader, Miguel Franco (este último, retirado de la política desde los tiempos de Calero, que fue el primer valedor de Barreiro), y algún otro. «Hablamos de lo divino y de lo humano; algunos de ellos han sufrido o siguen sufriendo tanto como yo, pero estoy segura de que todo se resolverá para bien, como en mi caso». Con Valcárcel también mantiene buenas relaciones: «Justo en el momento en que iba a llamarlo para informarle del archivo, me llegó su llamada. Acababa de bajar de un avión [Valcárcel siempre está en algún avión] y quería felicitarme».

Vive en Cartagena, «y aquí es donde voy a seguir viviendo», y se siente muy a gusto, pues incluso antes del archivo de la Púnica, la gente se dirigía a ella, dice, con afecto. Es su ciudad. Tiene un piso en Madrid que ha alquilado. Y dice, al pagar la cuenta, que «estoy felizmente arruinada». Pero no se lo reprocha al gabinete de sus abogados, los Pardo Geijo, pues «la tarifa del Supremo es la que es: 60.ooo euros por caso, y yo he tenido que defenderme de dos», Novo Carthago y Púnica. «Tenía una previsión de ahorros para mi jubilación, que se ha ido al traste, ya que debo ir pagando mi defensa por acusaciones de las que soy inocente, pero a pesar de mi ruina soy feliz».

Lo parece, porque transmite serenidad, una emotividad positiva a flor de piel, y la seguridad de la madurez. Lo que se dice una señora.