En 1892 en La Alberca de las Torres, sobre las faldas del Parque Regional de Carrascoy y El Valle y bajo la mirada de la Virgen de la Fuensanta nació una Estación Sericícola para dar solución a las principales enfermedades que mermaban la producción de seda, convirtiéndose en un referente en la Región de Murcia y aún en España. Cuando en 1976 se transformó en el Centro Regional de Investigaciones Agrarias pasó a depender de la consejería competente en materia de agricultura, ganadería, pesca, agua y, de vez en cuando, también de medio ambiente.

En su progreso imparable hacia la investigación especializada, en el 2002 surgió el IMIDA, un organismo autónomo que comenzó a incorporar y formar personal investigador y de apoyo a la investigación aplicada al sector agrario y alimentario.

La mariposa ya había salido del capullo. Y estaba preparada para volar, pero no podía. La falta de una estructura consolidada sobre la estabilización de su personal la retenían en una madeja de temporalidad asfixiante. La situación se fue agravando silenciosamente hasta que hoy este personal ha dado un paso hacia el cumplimiento de unos derechos.

Somos conscientes de que la investigación, aun siendo aplicada para la resolución de problemas planteados, como sucede en el IMIDA desde su origen, es difícil de valorar en equivalente presupuestario de inversiones en este país. Así que nos hemos puesto el traje de muestreo en campo, las botas, hemos cogido el cuaderno, lápices, aperos, estaquillas, refractómetros y, en fin, ese universo de ayudantes no humanos imprescindibles, y con un proyecto en mente sobre el IMIDA y sus personas, hemos salido al campo político allá donde se toman las decisiones para intentar hacer entender la magnitud del problema. Suele ser difícil casar el cortoplacismo de las legislaturas con el tiempo infinito de la investigación. Nosotros legamos conocimiento de generación en generación, nada de nuestro trabajo nos pertenece, solo lo que aprendemos haciéndonos preguntas y dándoles respuestas. La investigación pública es un tesoro a conservar y potenciar en cualquier país inteligente. La colaboración equitativa con empresas es un seguro de crecimiento socioeconómico.

La agroalimentación en la Región de Murcia está en la raíz de todo proyecto realizado en el IMIDA, de la formación especializada de su personal, de todo contacto con los propios productores. Hablamos y nos entendemos desde hace más de cien años ininterrumpidos. ¿A qué viene ahora que la investigación que hacemos debe incidir en el sector cuando sabemos que es precisamente dar soluciones eficaces al sector su esencia? ¿qué nos están contando acerca de colaboraciones público privadas cuando las comunicaciones son ágiles y continuas, además de necesarias? ¿cómo casar excelencia, competitividad y soluciones a tiempo real sin una plantilla mínima sujeta a estabilidad que consolide los equipos de investigación base y rentabilice todo lo ya invertido en su formación? ¿cómo intentar avanzar como organismo autónomo con una maquinaria administrativa densa, sin presupuesto racional y una dirección sujeta a cambios políticos?

El lunes 8 de octubre una sensación de realidad consolidada acompañaba a las palmas que los diputados regionales nos ofrecieron tras la aprobación de una moción del IMIDA, por el IMIDA y para el IMIDA. Los que allí estuvimos nos sentimos escuchados, conscientes de que aún queda un largo camino por recorrer pero que con la verdad sobre la mesa finalmente hay esperanza.

Recordándolo, casi olvido el tremendo malestar que padecí como persona sorda de modo fortuito. Gracias a que contaba con intérpretes de lengua de signos como Asamblea Regional inclusiva que es por Ley y por el compromiso con la igualdad de oportunidades de la persona que la preside, pude escucharlo. Sucedió al final de un debate anterior a la presentación de la moción de apoyo a mi Instituto y la estupefacción me hizo preguntar si había entendido bien. Un cargo público, ante la nula coincidencia de criterio, expuso que la falta de escucha de entre dos opciones políticas o simplemente el desacuerdo sobre un tema era un 'diálogo de sordos'. Por dos veces quedó dicho. Sí, sí, de sordos, como símil a la incapacidad de comunicación. Imagino que a las personas oyentes les puede parecer medio normal, pero puedo asegurar que, para una persona sorda, sus familias o cualquiera con un mínimo de empatía, es un insulto.

Doy fe de que las personas sordas sabemos dialogar y comunicarnos, a diferencia de individuos capaces de confundir a un sordo con una persona sin capacidad intelectual alguna para el entendimiento o lo que es peor, doctorada en pasotismo.

El IMIDA y su personal, su historia intrínsecamente ligada al desarrollo regional, el sector agroalimentario al que atendemos, merecen disponibilidad presupuestaria tras años de recortes y atesorar conocimiento. Hubiese sido bonito contar con la presencia del poder Ejecutivo, que estuvo ausente al completo durante el debate de la moción, pero queremos creer que nos escucharon allá donde estuviesen y apostarán por nosotros con compromiso e ilusión. A fin de cuentas, aunque somos personas de ciencia y en ella creemos, la fe, entendida como creer en lo que no se ve, es una elección personal. Y es bonito ver mariposas surcar el cielo.