Opinión
Juan Antonio Negrete Alcudia
Tú lo que necesitas es... a Heráclito
Se dice que los profesores de filosofía deberíamos siempre conseguir que alumnas y alumnos encuentren convincente a cada autor al que nos acercamos
Hace unos años, al salir de clase, una alumna, tan inteligente como apasionada (uno de esos dones que cada año la lechuza de Atenea nos envía a los profesores de filosofía), me confesó que creía que le iba a explotar la cabeza, porque no podía dejar de estar convencida por Platón y por Nietzsche a la vez: ¡los dos filósofos más contrarios entre sí! Inmediatamente se me vino a la boca una frase: «Tú lo que necesitas es€ a Heráclito».
Se dice que los profesores de filosofía deberíamos siempre conseguir que alumnas y alumnos encuentren convincente a cada autor al que nos acercamos. Estoy de acuerdo. Pero no creo que esto sea solo una exigencia de imparcialidad (es cierto que todo dogmatismo supone traicionar de raíz lo que la filosofía es). Se trata de algo más profundo: los pensamientos más contrarios reclaman ser verdaderos ambos, y serlos a la vez. A esto es a lo que llamamos ´dialéctica´ en sentido fuerte, y su ´padre´ en el pensamiento de Occidente es Heráclito de Éfeso.
En efecto, esta muchacha (saharaui, por cierto) había encontrado en Platón la afirmación de unos criterios o valores universales para todas las áreas de la actividad humana (del conocimiento, de la acción, de la creación artística€), criterios sin los cuales toda afirmación de verdad, toda petición de justicia, toda admiración de belleza, se vuelve subjetiva y caprichosa; había encontrado ahí, también, un reconocimiento de eso que en nosotros (o que es nosotros) piensa, quiere, sufre y goza€, y que se resiste a ser reducido a términos químicos y mecánicos; me consta que tampoco pudo resistir el encanto de la tesis ética de que detrás de toda maldad solo hay ignorancia y la educación es, aunque lenta, la única esperanza (ella misma tuvo luego la ocasión de ponerla en práctica con quienes querían su bien pero lo ignoraban e ignoraban que el bien no se puede imponer a la fuerza); incluso (y ya contra los tiempos) encontró en Platón la ´promesa´ de una realidad más verdadera, en la que la ignorancia, la maldad, la fealdad, el dolor de este mundo€ quedaban superados y, de alguna manera, redimidos.
Todo eso, esta alumna mía lo había visto allá por otoño e invierno, cuando, entre el acortamiento de los días y la llegada del frío al mundo, un pensamiento así prometía una futura luz. Pero ya para la primavera, Nietzsche le había mostrado que toda creencia en otra realidad es solo el fruto del miedo y la debilidad humanos, y significa la devaluación total de ´esta´ vida, la única que existe; que no hay un fin al que vamos ni un principio del que venimos, sino que cada instante lo es todo, un círculo infinito en perpetuo movimiento; que todo sueño de justicia futura es resentimiento y sed de venganza, y que la liberación no viene del pensamiento sino de la afirmación activa de la vida.
Creo que quien no encuentre estos dos pensamientos muy poderosos, tan poderoso el uno como el otro, no comprende bien al menos uno de ellos. Pero ¿hemos de elegir entre uno y el otro€? ¿Y si ambos son las dos caras, la sístole y la diástole, de nuestra existencia? Machado escribió: «Dice la esperanza: un día/ la verás si bien esperas./ Dice la desesperanza:/ solo tu amargura es ella./ Late, corazón€ No todo/ se lo ha tragado la tierra».
Pero ya 2.500 años antes Heráclito, llamado el ´oscuro´ (sin duda por su inmensa claridad) predicó la exigencia de pensar unidos lo uno y lo otro, sin caer en la tentación de eliminar ninguno de los lados de toda realidad. Aunque a él mismo se le ha intentado reducir a filósofo del cambio constante (incluso por parte de sus presuntos discípulos, pero él fue un solitario, que prefería jugar a las tabas con los niños que participar en las políticas de sus conciudadanos, y dejó su libro en el templo de Artemisa), sus oraculares sentencias, magistralmente trabajadas hasta el mínimo detalle, nos dicen que existe un logos o razón-lenguaje común que todos compartimos, aunque, sonámbulos, creemos habitar mundos privados; pero que ese logos, fuego siempre-viviente, continuamente se hace todas las cosas sin perder su unidad, aunque es nombrado de diversas maneras según el incienso que quema. He aquí la que considero su sentencia principal: «No comprenden cómo lo que difiere consigo mismo está de acuerdo. Armonía de contra-direcciones, como la del arco y la lira» (DK 51).
En efecto, en cada uno de los puntos de la cuerda y de los cuernos que forman arco y lira habita la tensión de contrarios, los dos polos inseparables de toda realidad, como es inseparable el arco (guerra, muerte) de la lira (música, vida).
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