Pedro Sánchez consiguió proyectar sobre el Congreso la sensación de que era la suya una moción netamente destructiva. Es bien sabido que tal figura no existe en nuestro ordenamiento legal, que solo contempla la variante constructiva: se destituye a un presidente para investir automáticamente a otro. Sin embargo, Sánchez presentó la situación como si el meollo del asunto fuera desalojar a Rajoy del poder; el hecho de que fuera precisamente él quien viniera a ocuparlo no constituía más que una incómoda, pero inevitable consecuencia. Con sus exiguos 84 diputados, Sánchez no podía aparecer más que como un mal menor: un relato carente de emoción, pero que mantenía intacta la ambición de asaltar el poder.

Los socialistas no presentaron programa alguno de gobierno. Y a nadie se le escapaba que tal cosa resultaba irrealizable: ¿en qué puntos podrían confluir en materia económica o educativa la ultraprogresía filomarxista de Podemos y la pastoril burguesía peneuvista?

Sánchez cogió al vuelo el fallo de la Gürtel y colocó al Parlamento entre la sentencia y Rajoy. Que el PSOE arguyera la resolución judicial como condición suficiente para la moción resultaba de un exotismo primoroso. No hacía más que unos días que dos exdirectores generales y los Astilleros de Sevilla habían sido condenados a reintegrar más de cinco millones de euros, en el marco de la célebre causa de los ERE. Cuatro juzgados investigan en estos momentos la presunta financiación ilegal de los socialistas valencianos. De hecho, una jueza de Valencia afirma haber detectado indicios de delito (prescrito) en la campaña de 2007 y hay ya un copioso ramillete de imputados.

Que, con esta situación en diversas Comunidades, el PSOE supiera presentarse como paradigma de rectitud, constituye una admirable virguería retórica. Pedro Sánchez consumó su jaque mate; un mate pastor, que es movimiento burdo, pero igualmente eficaz.

La consecuencia automática de la moción en nuestra Comunidad viene dada por la inminente designación de Diego Conesa, líder de los socialistas regionales, como delegado del Gobierno. Conesa habrá de abandonar el cargo meses antes de las elecciones regionales de la próxima primavera, pero se da así visibilidad a quien será el candidato socialista, que andaba un tanto desdibujado. El propio Conesa ha admitido que no dispondrá de tiempo suficiente para impulsar proyecto alguno de calado: una inconsciente pero desenvuelta confesión de la utilización partidista del cargo. Y eso que, decían, era una moción por la dignidad de las instituciones.