El estudio de impacto ambiental sobre el proyecto denominado de 'vertido cero' que acaba de presentar el ministerio de Medio Ambiente ofrece, entre otras muchas cosas, un dato que merece toda nuestra atención: con toda probabilidad rescatar el Mar Menor de su situación actual nos podrá costar entre 430 y 615 millones de euros en el periodo de diez años.

Este dato, más allá de otras consideraciones que ahora no tocan sobre quién debería en puridad sufragar este coste o en qué orientaciones se van a invertir finalmente estos u otros dineros, sugieren dos reflexiones generales que quisiera apuntar.

En primer lugar, que estos millones, aunque duelan y rabien, no son tantos. Estamos hablando de unos cincuenta millones al año. Cierto es que suena a bastante, pero ¿han pensado ustedes en cuánto cuestan unos cuantos kilómetros de autovía? ¿o en cuál es el coste de muchas de las infraestructuras que cada año se emprenden en España y cuya justificación no es, al menos, tan evidente?

La comparación de estos datos es, sin duda, favorable al rescate del Mar Menor. Ya ha llegado el momento en que nos demos cuenta de que la inversión en medio ambiente no es un lujo sino un activo absolutamente estratégico, como lo demuestra sin lugar a dudas el hecho de que recuperar la laguna no es, como decía, un lujo sino una estrategia fundamental para un pedazo muy importante del territorio murciano y para sectores económicos de la importancia del turístico. Otro dato que muestra lo mismo es la enorme dificultad que ha supuesto conseguir lo que comparativamente es una miseria de presupuesto para solucionar, e incluso haciéndolo parcialmente, la vergüenza de la colmatación de la Bahía de Portmán.

El segundo aspecto que llama la atención de estas necesidades presupuestarias para la recuperación ambiental del Mar Menor es que nos las podríamos haber ahorrado. Durante mucho tiempo muy diversos sectores científicos y ambientalistas alertaban de lo que estaba pasando. Actuar en su momento, con política, con planificación, hubiera hecho innecesario el coste que ahora entre todos deberemos de asumir.

Perdonen la pedantería, pero esto es lo que los especialistas llaman las 'externalidades ambientales', o sea lo que no entra en las cuentas de la repercusión que nuestra actividad genera sobre el entorno. La contabilidad convencional computa, claro está, los ingresos derivados de las acciones que arrancan recursos y valor de la naturaleza, pero los costes indirectos que esto genera son sistemáticamente ignorados. La economía académica parece considerar improcedente cualquier concepto de valor que no derive de las preferencias de los agentes económicos tal y como se expresan en las estrictas transacciones del mercado. En la consideración de conjunto, en los grandes números, en los presupuestos generales, en el PIB, en el VAb y en tantos otros indicadores, se ignoran completamente los servicios ambientales que son directamente dependientes del funcionamiento saludable de los ecosistemas.

En las cuentas hay que incluirlo todo. Incluidos los efectos de futuro que traerán las acciones insensatas que no tengan en consideración las supremas reglas del funcionamiento de los ecosistemas.