Entre las empresas que desarrollaron su actividad en nuestra ciudad durante el siglo XIX destacó la Real Compañía Asturiana, de ahí que su historia merezca ser recordada en esta sección. El título honorífico que ostentaba en su nombre se le concedió en 1833 y lo logró por haber iniciado en Asturias la explotación del carbón de piedra a gran escala. Poseía minas en diferentes provincias como Santander, Jaén o Badajoz y fábricas propias en Avilés y en Rentería. Baste para hacerse una idea de su tamaño el hecho de que contara con una plantilla de casi tres mil trabajadores y que dispusiera de más de noventa máquinas de vapor.

Las primeras noticias en nuestra ciudad se remontan a 1884, momento en el que establece una sucursal, depósito y taller en el número 10 de la calle Jara bajo la dirección del ingeniero de minas Rafael González. Se trataba de extender y dar a conocer las aplicaciones que el zinc y el plomo tenían para la minería y la construcción, punto este último que en el caso del zinc hizo que se utilizara con frecuencia en edificios de nuestra ciudad, alguno de los cuales todavía existen.

Fue el arquitecto alemán Karl Friedrich Schinkel (1781-1841) quien alabó las grandes ventajas del zinc fundido como material decorativo en la construcción, pues resistía bien el frío y el calor, de ahí que resultara ideal para sustituir a las piezas hechas de yeso o piedra. Por eso no es extraño que el propio Schinkel dijera que cuanto más sabía de este mineral, más razones encontraba para emplearlo en los edificios que él proyectaba.

El catálogo que la Real Compañía Asturiana ofrecía en su sucursal cartagenera incluía zinc estampado, balaustres, adornos de todas clases, remates, columnas, chapiteles, cresterías, guardamalletas, figuras y letras, así como diferentes clases de cubiertas metálicas de zinc liso, de listones, de tejas estampadas, rombos, ondulado y también para terrados y azoteas muy ligeras y perfectamente impermeables, sin goteras.

La historia de la sucursal de la Real Compañía Asturiana en Cartagena finalizó en 1894, cuando la prensa local publicó la noticia de que la empresa había decidido suprimir el depósito y agregar el que tenía en Cartagena al de Valencia. Pero eso no quiere decir que sus productos dejaran de venderse a todo aquel que quisiera utilizarlo en construcción, y de hecho son muchos los ejemplos de edificios en los que se utilizó el zinc y que se construyeron tras el cierre de la sucursal cartagenera.

De ellos destacaría los medallones de la parte superior de la fachada del Casino de Cartagena o la espectacular cúpula del Gran Hotel, ambos exponentes del modernismo local. Pero también hay edificios más sencillos como el situado frente a la Basílica de la Caridad, la Casa Balibrea, un ejemplar casi único al figurar placas de zinc en su fachada y que debe su nombre a su propietario Francisco Balibrea, quien poseía una tienda de ultramarinos en sus bajos.

No ha sido casual citar este edificio, pues hace unos años estuvo a punto de desaparecer junto con el resto de la manzana fruto de un proyecto urbanístico. En este sentido, quiero recordar la última frase del prólogo que escribió el catedrático de Historia del Arte Francisco Javier Pérez Rojas, en el libro que Guillermo Cegarra Beltrí publicó sobre la obra de su bisabuelo el arquitecto Víctor Beltrí en el año 2004. Decía el historiador que «la pieza menuda forma parte del mosaico», y no le faltaba razón, pues el mosaico era el Conjunto Histórico Artístico del Casco Antiguo de Cartagena y la pieza menuda, en este caso, sería ese edificio con placas de zinc, un material que llegó a nuestra ciudad gracias a la Real Compañía Asturiana.