No he sentido como el colmo de horror. La sede afgana de la organización Save the Children ha sufrido un terrible atentado suicida reivindicado por los terroristas del autodenominado Estado Islámico. El resultado, aún por cerrar, es de dos muertos y varias decenas de heridos, pero el mensaje subyacente es mucho más brutal.

La sinrazón más intensa se agazapa en esta acción de los violentos. Atacan incluso lo más sagrado de la conciencia humana, yendo contra lo que la absoluta totalidad del resto de la humanidad considera como un bien incuestionable, la protección y la salvaguarda de la infancia.

Desde luego la capacidad de maldad del género humano es indescriptible, y la ejercida contra Save the Childrens es particularmente repugnante. Esta organización es modelo en todo el mundo de eficacia, de conciencia y de trabajo abnegado.

Recuerdo, por ejemplo, que me impactó intensamente uno de sus informes de hace ya algunos años pero aún de candente actualidad, que denunciaba que más de ocho millones de niños en el mundo son esclavos. Ya saben, lo de las cadenas y los latigazos, lo que hemos visto en las películas, al modo en que miles de millones de personas y cientos de millones de niños han sido esclavos en la historia de la humanidad.

Pero los datos de Save The Children dicen más. Estos ocho millones de críos atrapados en las peores formas de trabajo ilegal y degradante son una gota en el océano de los 168 millones de niños trabajadores con edades comprendidas entre los 5 y los 17 años que según la OIT existen hoy en día en el mundo. La mitad de estos niños realizan trabajos particularmente peligrosos. El informe describía las terribles condiciones en las que los menores son obligados a trabajar en una serie de modalidades, por decirlo de alguna forma, que sólo escribirlas en el ordenador dan grima: la explotación sexual con fines comerciales, la trata infantil, el trabajo forzoso por endeudamiento, el trabajo en la agricultura, el trabajo infantil en la mina, la esclavitud doméstica y los niños soldados. Esclavitud y trabajo que destruye de forma horrible la infancia de millones de niños en todo el mundo, y que inhabilita, no sólo a ellos sino a toda la sociedad que los acoge, para tener un futuro medianamente digno.

Este tipo de denuncias y el trabajo que la organización hace sobre el terreno deben de molestar, y mucho, a los fanáticos. Supongo que el alma obscura de los yihadistas no admite que haya gente noble, personas que mientras haya un niño esclavo, un niño soldado, o prostituido o abusado, dedicarán sus esfuerzos a denunciarlo y a paliarlo.

Gracias al trabajo de Save The Children quizás algún día se pueda conseguir que este mundo no siga siendo un fangal infecto plagado de rincones infrahumanos.

El atentado contra su sede en Afganistán ha dado también un resultado modesto pero para mí muy significativo.

Acabo de entrar en su página web y me he hecho socio. ¿Y usted?