"Hay que bombardear Cataluña cada cincuenta años para mantenerla a raya". Esta frase, atribuida al general Espartero en el siglo XIX, parece haberse cumplido trágicamente a lo largo del tiempo. Y es que la derecha siempre ha mantenido cierta obsesión con aquella tierra, a la que ha castigado con dureza cuando la ocasión se ha presentado. Y sobre todo, ya en épocas más recientes, la ha utilizado para estimular cierto nacionalismo español como factor de cohesión social por oposición al nacionalismo catalán.

Y lo hemos vivido con especial intensidad a partir de 2006. Ese año el PP determinó que, para ganar unas elecciones, debía recurrir, al igual que ha hecho históricamente la derecha autoritaria, a encontrar un 'otro' por oposición al 'nosotros'. Un 'otro' al que demonizar y criminalizar, enemigo de nuestra nación y contra el que movilizar a la opinión pública. Y lo encontró en Cataluña, como otras derechas lo han encontrado en los inmigrantes o refugiados. Y no tuvo ningún empacho en, recurriendo al manejo de una Justicia politizada y dependiente, cargarse un Estatuto que habían aprobado el Parlamento español, el Parlament y el electorado catalán. Perpetró un golpe de Estado anticonstitucional, no permitiéndole a Cataluña un Estatut que era casi calcado del valenciano o el andaluz. Obviamente, esto generó en Cataluña un sentimiento de frustración y agravio que se descargó sobre un Estado Español que la había humillado.

En esto que llega la crisis, con su secuela insoportable de corrupción, desigualdad, descomposición de salarios y pensiones, rescate inmoral de bancos... Y la derecha encuentra de nuevo en el nacionalismo español la base política que está perdiendo a raudales por aquellas consecuencias. Efectivamente, la pérdida de legitimidad del Régimen del 78 se pretende compensar espoleando un nacionalismo primario e irracional («soy español, español, español») y crecientemente agresivo(«a por ellos, oe») que aglutine a los sectores más despolitizados. Gente que nunca se manifestó en la calle inunda ésta de banderas rojigualdas pidiendo mano dura contra Cataluña. A pesar de que se reivindica que esta tierra siga en España, se trata a los catalanes como a los 'otros' sobre los que debe recaer todo el peso, incluso violento, del Estado.

El PP y Ciudadanos utilizan la frustración y el descontento de la gente por sus condiciones de vida y trabajo para que estos sentimientos se canalicen en clave 'patriótica' contra las demandas soberanistas catalanas.

La vía unilateral y sectaria por la que opta el independentismo catalán facilita estos planes de la derecha, que se vuelca en la represión hasta tal punto de que se le va la mano el 1 de Octubre, con unas imágenes de violencia policial contra gente que quiere votar que dan la vuelta al mundo y debilitan políticamente al Régimen del 78. Éste se escuda en la defensa de la legalidad para justificar su escalada, cuando lo cierto es que, desde el punto de vista de los derechos democráticos inviolables que están en la Constitución, es mucho más ilegal golpear a ciudadanos que intentan votar pacíficamente que colocar unas urnas cuyo efecto jurídico es nulo.

En el mismo sentido, acabar con el autogobierno de una Comunidad y procesar a sus dirigentes es bastante más ilegal que formular una declaración irresponsable de independencia unilateral, que no tiene ninguna consecuencia práctica ni jurídica porque quien la proclama no tiene ni los recursos ni los reconocimientos para hacer efectiva y real esa independencia.

El soberanismo ha echado el freno en su vía unilateral y ha pedido diálogo. Pero el Régimen ha respondido con la aplicación del artículo 155 y amenazas. Y es que si la derecha(y aquí incluyo a amplios sectores del PSOE imbuidos de ardor guerrero) no está dispuesta a llegar a un referéndum pactado, legal y con garantías, a Cataluña le espera un futuro oscuro sin autogobierno y sin libertades, con gente encarcelada.

Y si eso ocurre, será el fin de la democracia no sólo en Cataluña, sino en España. La derecha habrá culminado su viaje a Turquía.