Mis veranos de la infancia los pasé en Los Narejos, una tranquila urbanización en donde podíamos circular en bicicleta por sus calles sin peligro alguno, en la que no había ocio nocturno, y un extranjero era algo exótico. El aeropuerto de San Javier era utilizado, principalmente, para uso militar, y los escasos vuelos civiles que sobrevolaban a escasos metros de Los Narejos solían ser chárter, o pequeñas aeronaves privadas. En alguna de las silenciosas siestas de verano hojeé las Diez Minutos de mi madre, y descubrí que Julio Iglesias disponía de un jet privado. La inocencia propia de la edad más el desconocimiento de que el mundo era más grande de lo que yo conocía, me hizo creer, totalmente convencido, que era el cantante el que viajaba en esos aviones que llegaban al Mar Menor. Más de treinta años después, cuando veo alguno de esos aviones sonrío y pienso: Ea, ya ha llegado Julio Iglesias.